Kant: 300 años del nacimiento de uno de los filósofos más influyentes de la historia

Se cumple el aniversario del pensador prusiano, autor de un sistema con aires de originalidad que caló en numerosos otros filósofos, en la política y en la moral.

Retrato del filósofo y portada de la primera edición de su obra "Crítica de la razón pura".
Retrato del filósofo y portada de la primera edición de su obra "Crítica de la razón pura".

Qué duda cabe que conmemorar el tercer centenario del natalicio de Immanuel Kant (22 de abril de 1724) es conmemorar el nacimiento de uno de los filósofos más influyentes de toda la historia de la filosofía. Pues hablamos de un eximio representante del idealismo alemán, padre del idealismo trascendental, quien, a pesar de su influencia universal, nació y murió en la Königsberg de Prusia Oriental (la Kaliningrado soviética) sin apenas salir de dicha ciudad en su vida. Allí sería educado en un estricto pietismo –que también influiría a otros alemanes como Lessing o Hölderlin–, el cual, como sabemos, implica un profundo énfasis en la experiencia íntima y personal de la fe (luterana).

Ese pietismo marcaría su carácter, su vida y su educación, vinculada esta última a la Universidad de la ciudad, donde también ejercería durante muchos años como profesor de Metafísica. En esa institución se familiarizaría con el racionalismo idealista de Wolff, pero también con el empirismo de Hume, siendo este último (según el mismo Kant confesará) el que le llevará a la crítica de la metafísica. Eso sí, una crítica que no iba a realizar desde el punto de vista empirista, sino manteniendo la perspectiva idealista –tan característica del pensamiento alemán– y manteniendo, asimismo, los métodos y conceptos propios de la escolástica tradicional, que Kant reelaborará produciendo una falsa percepción de originalidad.

Así, nociones escolásticas como concepto, juicio o raciocinio, en Kant se denominarán como estética, analítica y dialéctica. Es así como aparece el idealismo trascendental, marcado por la fundamentación del conocimiento, ya que Kant tratará de rechazar la noción de la metafísica como ciencia pues, a diferencia de la física newtoniana, la metafísica sería incapaz de realizar juicios sintéticos a priori. Es decir, juicios en los que se adecuan las percepciones sensibles y los productos a priori del entendimiento. La metafísica, pues, siempre está más allá de los límites de la experiencia y su lógica lleva a situaciones paradójicas y contradictorias, apareciendo así las ideas de Dios, Alma y Mundo, rectoras de la metafísica tradicional. Estas ideas no podrán funcionar como fundamento del conocimiento, sino como postulados de la razón práctica, lo que es tanto como fundamentar la moral en ideas que carecen a su vez de fundamento.

Estatua del filósofo enclavada en Königsberg, su ciudad natal (actual Kaliningrado, Rusia).
Estatua del filósofo enclavada en Königsberg, su ciudad natal (actual Kaliningrado, Rusia).

El idealismo trascendental, entonces, aparecerá como un edificio filosófico aparentemente armónico y sólido, pero en el que inmediatamente se ven disonancias y grietas que anuncian el derrumbe, aunque este nunca termine de producirse. Y es que, aunque pueda parecer extraño, la presencia de Kant en nuestro siglo es más habitual y cotidiana de la que pudo darse en los siglos XIX y XX, ya que en estos siglos Kant habría estado mediatizado por figuras como Hegel, Comte o Marx.

Pero, una vez que tanto el nazismo como el comunismo soviético han fracasado, despedazándose las ilusiones puestas en la idea de progreso, Kant resurgirá como referencia para la consolidación de las ideologías democráticas más recientes, que tratarán de volver a la época moderna, a la Ilustración –otro concepto propagandístico y de escasa solidez– para encontrar asiento. Se verá en Kant al gran sistematizador de la época moderna, como aquel que, supuestamente, habría sido capaz de dar cuenta del giro experimentado por “la humanidad” en esos momentos. Esto es lo que el mismo Kant habría formulado como “giro copernicano”, según el cual el sujeto ya no estaría subordinado al mundo, ya no está determinado por el objeto. Al contrario: ahora el mundo está subordinado al sujeto, es el sujeto el que determina al objeto. Esto será visto por muchos como una gran revolución, aunque, de nuevo, aquí la aparente originalidad kantiana es decepcionante, pues ese giro copernicano en realidad no es sino otro modo de reformular la revolución filosófica que ya había sido practicada, siglos atrás, por el cristianismo.

La revolución copernicana de Kant no es sino un modo distinto de plantear el cambio inaugurado por el cristianismo, desembocando, eso sí, en el idealismo trascendental, desde el cual la conciencia originaria y necesaria de la identidad del sujeto es tanto como la conciencia de unidad necesaria de todos los fenómenos del mundo. Esto exacerbará tanto el individualismo como el subjetivismo, nociones muy del gusto de las democracias liberales del presente.

En Kant, pues, no encontramos más que la legitimación –frente al materialismo ilustrado–  del espiritualismo tradicional cristiano. Una legitimación llevada a cabo como Crítica de la razón pura (nombre de su obra fundamental) que realmente no llevará a desechar la metafísica, sino a poner límite al materialismo.

De modo que una de las tareas que el materialismo filosófico ha de emprender en el tricentenario del natalicio de Kant, el modo de rendir homenaje, está en la demolición del sistema del idealismo trascendental. Esto es un modo de reconocer la vigencia del kantismo, pero también de situarlo en sus justos quicios, contraponiendo al subjetivismo idealista kantiano, el racionalismo materialista.

Así, frente al dualismo sujeto/objeto de corte espiritualista habrá que contraponer el pluralismo hiperrealista del materialismo filosófico, que parte del cuerpo de los sujetos operatorios. Frente al dualismo realidad empírica/realidad trascendental, hay que oponer una trascendentalidad no metafísica que parta de los campos materiales. Frente al dualismo materia/forma, hay que oponer la negación de los formalismos, explicando esta distinción desde los mismos procesos de transformación operatoria (técnica, científica, tecnológica). Frente al dualismo analítico/dialéctico, oponemos una dialéctica que parte de las relaciones de incompatibilidad que llevan a las figuras de la dialéctica. Frente al dualismo estética/lógica hay que restituir el carácter zoológico, y no sólo humano, de la sensibilidad, manteniendo la continuidad entre animales y humanos. Frente al dualismo especulativo/práctico, hay que contraponer una conjugación originaria entre la teoría y la práctica, con una razón resultante de las mismas operaciones manuales, postulando el origen técnico de las ciencias. Frente a la ontología dualista y espiritualista de Kant, la ontología pluralista y discontinuista del materialismo filosófico. Frente a su metafísica de la naturaleza, una concepción antimonista y antiespiritualista. Frente al continuismo entre la naturaleza inorgánica y orgánica, el reconocimiento del hiato entre una y otra. Frente a la metafísica de la libertad, una libertad basada en las condiciones objetivas y causales. Frente a una concepción de la historia como “historia de la libertad”, una concepción de la historia basada en la dialéctica entre Estados e Imperios. Frente al dualismo naturaleza/cultura, la disolución de ambos mitos monistas en el reconocimiento de la pluralidad de las naturalezas y las instituciones culturales.

Todo esto, por supuesto, no nos impedirá reconocer la influencia que el sistema kantiano ejercerá en los siglos siguientes, estando inserto en las ideologías de nuestro presente. Y es que, como hemos insinuado, la mayor virtualidad de Kant sería haber dado una estructura diferente a múltiples tesis filosóficas tradicionales. Por eso no es exagerado decir que con Kant comenzará de un modo firme la filosofía contemporánea, si bien (como dijimos) la revolución copernicana será una revolución conservadora. Con ese artificio, Kant logrará revitalizar el espiritualismo cristiano frente al racionalismo materialista ilustrado, que se apoyaba en las ciencias modernas del siglo XVIII. El kantismo no conllevará la destrucción de la metafísica tradicional (Dios, Alma y Mundo), sino su legitimación en forma de postulados de la moral, buscando con ello, como subrayamos, poner límite a la expansión del materialismo.

Con el idealismo trascendental Kant creerá haber salvaguardado la pervivencia de la metafísica tradicional, haciendo su postura compatible con un racionalismo de la fe que abrirá el camino a lo que después se denominará como agnosticismo. Una postura que funcionará perfectamente como fuente ideológica para las democracias actuales, pacifistas y tolerantes, extendiéndose por todos los rincones ideológicos posibles. Y, al igual que podemos decir que la ideología general de los científicos es de cuño kantiano (al primar el teoreticismo), también las ideologías políticas de nuestras democracias de mercado pletórico tienen inspiración kantiana.

Podemos concluir, entonces, que uno de los objetivos del materialismo filosófico ha de ser la crítica sin ambages del idealismo kantiano: frente al espiritualismo metafísico del idealismo trascendental, hay que oponer el racionalismo pluralista del materialismo. La demolición de Kant es, pues, el mejor reconocimiento que se puede hacer a 300 años de su nacimiento.

(*) Cartagena, España 1989. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Murcia, Máster en Filosofía contemporánea. Trabaja en la Fundación Gustavo Bueno.

(*) Emmanuel Martínez Alcocer. Cartagena, España 1989. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Murcia, Máster en Filosofía contemporánea. Trabaja en la Fundación Gustavo Bueno.

Quién fue Immanuel Kant

  • Nació el 22 de abril de 1724 en Könisberg (Prusia).
  • Desarrolló un sistema filosófico denominado “idealismo trascendental”, con claras influencias del pietismo (corriente del cristianismo protestante).
  • Sus obras fundamentales son: Crítica de la razón pura (1781), Crítica de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790).
  • Falleció el 12 de febrero de 1804 en su ciudad de nacimiento, que prácticamente nunca abandonó. Gozaba ya de una fama notable como uno de los filósofos más importantes de su tiempo.

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