“La catedral” de Samuel Sánchez de Bustamente - Parte 4

Marta Castellino continúa su análisis de esta novela, publicada en 1980 en Mendoza.

Tumba del ingeniero Pedro Benoit.
Tumba del ingeniero Pedro Benoit.

“Mi padre nunca hablaba de los trabajos de la Catedral […] Era algo como connatural en su vida y, además, como si la construcción de la Catedral fuera un destino que, en su vida, no tuviera ni siquiera la finalidad de culminar su construcción. Era como si viviera la Catedral, con una vida paralela a su existencia cotidiana”.

Samuel Sánchez de Bustamante. “La Catedral” (1980, p. 74).

No pretendo desarrollar aquí una cuestión tan ardua y debatida como es relativa a la “referencialidad literaria”, o la capacidad que tiene un texto de remitir a una realidad externa a él, que lo precede y, en cierto modo lo sustenta y explica. Sin ser “necesarios” per se, esos vínculos entre los espacios ficcionales y los espacios reales, en todo caso, arrojan luz sobre algunos aspectos de la creación literaria, como ocurre con esta novela, “La Catedral” (1980), de Samuel Sánchez de Bustamante

Es lógico que, como arquitecto, a Sánchez de Bustamante le haya interesado el largo proceso de construcción de la catedral de La Plata y haya querido plasmarlo en su novela, invistiéndolo con un aura misteriosa, creada sin duda a partir de algunas lecturas que él mismo menciona y que ya he citado en esta serie de notas: “Cuando fui arquitecto, empezó a interesarme la lectura de asuntos científicos a nivel de información. Me apasionó […] el “realismo fantástico” de Pauwels y Bergier. El ‘misterioso’ Fulcanelli...” (en “Piedra y Canto; Cuadernos del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza N° 1″ (1993).

Entonces, lo que la novela va a narrar es algo más que una obra arquitectónica que sobrepasa el lapso de la vida de los responsables de la obra. Ante todo, el narrador pretende “esencializarla”, postulando que, en última instancia, todas las catedrales son una; así lo experimenta en un recorrido europeo que realiza con su esposa Margarita: “[…] para nosotros dos, aquella era la realización plena de la Catedral que habíamos soñado frente a los cartones con fondo azul, abarquillados en su damero, sobre la muralla del estudio de mi padre […] las tres imágenes se integraron en nuestro espíritu en comunión. La de la Catedral de Chartres, que nos deslumbraba con el sol aureolando su silueta, oculto ya por su mole real, la Catedral que estaba potencialmente plasmada en aquella fachada, en dibujo, que debía ser erigida por mi padre, y la ‘Catedral’ construida ya en nuestra mente, cuya imagen se había aposentado en nuestros corazones y en nuestra esperanza ilusionada” (p. 88).

Pero a pesar de esa ambigüedad, el texto dibuja inequívocamente sus coordenadas espacio-temporales; primero, a través de algunas alusiones contextuales: “Recordaba confusamente las fiestas del Centenario […] Y había visto también las grandes manifestaciones con que el pueblo de la Gran Cosmópolis expresaba su sentimiento ante el pavoroso conflicto de la Guerra Mundial” (p. 66). O cuando recuerda la inauguración de la Universidad, ocurrida el 19 de agosto de 1905…

Y luego, a través de breves apuntes descriptivos: “Los tilos habían transformado en hermosos viales las calles antiguas, que ahora estaban pavimentadas con adoquines que formaban entretenidos abanicos. Estas desembocaban en grandes rotondas cruzadas por anchísimas diagonales con hormigón y asfalto. En las rotondas había fuentes de agua y monumentos de próceres” (98).

Si bien no se la nombra expresamente, la ciudad que va naciendo alrededor del pozo de la catedral es, sin duda, La Plata, con sus plazas, su calles y sus monumentos (se describe por ejemplo la estatua ecuestre del Libertador, réplica de la que se encuentra en Grand Bourg)... Y, por cierto, la catedral, cuya historia “real” explica la ficción literaria, porque tiene un desarrollo que roza lo novelesco. En varios sentidos.

Ante todo, se sabe que fue proyectada por el ingeniero Pedro Benoit. Y aquí podemos apuntar el primer dato “novelesco”, no porque Pedro Benoit no haya sido un personaje de carne y hueso (Pedro Simón del Corazón de Jesús Benoit fue un agrimensor, arquitecto, ingeniero y urbanista argentino, nacido en 1836, y muerto en 1897, que llegó a ser intendente de la ciudad de La Plata) sino por el misterio que algunos, como Manuel Mujica Láinez en el cuento “La escalera de mármol” de Misteriosa Buenos Aires, crean alrededor de la figura de su padre, Pierre Benoit, supuesto Delfín de Francia, Luis XVII, hijo de Luis XVI y María Antonieta.

Retornando a la catedral, su edificación (de estilo neogótico, inspirada en las catedrales de Amiens, Francia, y la de Colonia, Alemania) también sufrió peripecias increíbles: la piedra fundacional fue colocada en 1884, pero su inauguración definitiva se produjo más de un siglo después. A fines de la década de 1930, las obras de construcción de la catedral se interrumpieron por tiempo indefinido. De acuerdo con algunos estudios, los cimientos originales eran insuficientes para completar las torres y revestir la catedral de piedra, tal como estaba planeado en el diseño original.

Seguramente Sánchez de Bustamante fue testigo de estas circunstancias y da cuenta de ellas en su novela (cf. el capítulo titulado “La plus que lente”). Si recordamos igualmente que recién a mediados de la década de 1990, tras sesenta años de haberse interrumpido las tareas, se anunció que el edificio sería restaurado y completado, entendemos por qué la novela no da cuenta de su concreción.

Las obras de restauración y rectificación son aludidas en la novela como mandato de alguien misterioso: “No podemos contradecir lo dispuesto por ‘ellos…’ aun a riesgo de tener que volver a los cimientos, a las excavaciones” (p. 106). Sabemos que las tareas reales efectuadas sobre la primitiva construcción estuvieron destinadas a reforzar los cimientos; detener el deterioro de los ladrillos y las juntas; completar las dos torres laterales y las seis torretas, además de los doscientos pináculos y ochocientas agujas que exhibe actualmente; sustituir la cruz de hierro del cuerpo principal e instalar un carillón de veinticinco campanas.

Finalmente, se decidió no revestir el templo de piedra, sino dejarlo con ladrillo a la vista, lo que le da un carácter muy singular y diferente, y evoca el estilo gótico báltico, a veces llamado gótico de ladrillos. Y como otra nota que hace a la belleza del conjunto, puede mencionarse su hermoso piso pulido a espejo, realizado en piedra granítica procedente de Olavarría (rosado), Calamuchita (negro) y San Luis (gris).

Pero el templo, creación material, encierra profundos simbolismos.

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