El pianista mendocino Emilio Solla fue nominado a un Latin Grammy

Afincado en Nueva York, podría llevarse el gramófono por un disco que es una sensible evocación de los cruces musicales en los puertos. Habla sobre este álbum, sobre su música y sobre la pandemia en esa ciudad.

Es la tercera vez que Solla es nominado a un Grammy.
Es la tercera vez que Solla es nominado a un Grammy.

El motivo de esta charla es una celebración, aunque el contexto sea tan duro: Emilio Solla, pianista y compositor mendocino, se asoma a la ventana y ve, desde su porción de Brooklyn, una ciudad fantasma. Negocios tapiados, calles silenciosas, departamentos deshabitados, “como si hubiera caído una bomba”, lamenta incrédulo. Son los restos que dejó en Nueva York el fatal brote de Covid-19.

Pese a eso, admite Solla, él está tranquilo: ahora intenta, de hecho, no empañar su felicidad por haber sido nominado al Latin Grammy. Su álbum “Puertos: Music from International Waters” (disponible en Spotify) podría convertirse en el “Mejor álbum de jazz latino” del año el próximo 19 de noviembre. Grabado junto a la Tango Jazz Orchestra, su propia formación, en él traza algunas idas y vueltas musicales en una geografía portuaria: La Habana, Montevideo, Benguela, Buenos Aires, Nueva York, Cartagena, Cádiz y Nueva Orleans.

Pero además, se trata en realidad de su tercera nominación a un Grammy (antes habían sido en los estadounidenses) de este músico mendocino, quien voló a Barcelona durante el menemismo y, tras diez años, se afincó en Nueva York.

¿Pero qué música hace Emilio Solla? Es una obra que se expande desde dos coordenadas: el tango, que está en su ADN argentino, y el jazz. Ambos, dicen algunos, lenguajes universales. E inagotables.

El caso es que con su cruce de tango-jazz, y desde esa vidriera internacional que es la Gran Manzana, Solla ya es todo un referente del género: tiene bien ganado su lugar en santuarios como el club Birdland, en donde toca habitualmente.

-"Puertos", tu undécimo álbum, parece tener un gran componente conceptual...

-Sí, podríamos decir que sí. Musicalmente, sigue la línea de lo que vengo haciendo en toda mi carrera, cuando hago cosas más personales que tienen que ver con lo que quiero expresar (dice en referencia a sus otros trabajos como arreglador o docente). Esta mezcla o conjunción de música argentina, básicamente basada en el tango y el folclore, a partir de la cual me he expandido a otros sonidos del mundo, especialmente el jazz. En ese sentido, no cambia mucho, pero sí la orquestación: es una orquesta entera de 17 músicos.

En cuanto a lo conceptual, un poco la idea es dedicarle cada tema a un puerto, arrimar una idea o concepto respecto a la inmigración y los movimientos, y cómo la música ha inmigrado e inmigrado junto a las personas. Y también cómo hoy la música que escuchamos, y que en muchos casos nos representa, es una mezcla de montones de culturas. Por ese lado hay un guiño a un tema anti-fronteras cerradas, anti-segregación de cualquier tipo, mostrando cómo en realidad todos disfrutamos de las cosas que son de todos. La cultura es de todos.

-Es una idea potente y muy actual, ¿se te despertó por algún hecho en particular?

-Fue un poco como una evolución natural de mi carrera, sobre todo desde que estoy en Nueva York, porque acá el tema de la big band es muy habitual. Había empezado a trabajar haciendo arreglos para otras y después de hacer el disco anterior, “Tributango”, un homenaje al tango más tradicional, el paso siguiente era formar mi propia orquesta, para poder hacer ya mi música en formato más grande. Surgió como una cosa natural...

-¿Podría decirse que es el disco más grande y ambicioso que has hecho?

-Sí, me parece que es una definición justa.

-Hay algo que me parece interesante, y es que hablar de puertos abona a la idea de que siempre ha habido mestizajes: muchos creen que la fusión es algo relativamente nuevo, cuando data desde siempre.

-Mucho tiempo, ciertamente. En el jazz, con todo el mestizaje con la música latina de raíz más afrocubana, con el Caribe, empieza a haber en los 40′ y 50′ un ida y vuelta con Cuba, y entre Cuba y Nueva York. Por otro lado, con Stan Getz y el interés de los americanos por lo que estaba pasando en Brasil en los 60′ y 70′, que produce una transculturación muy fuerte entre el jazz y la música brasileña. No con la música argentina, donde la cosa empezó bastante más tarde y se ha hecho menos; es decir, nunca ha calado tan hondo. Piazzolla un poco coqueteó con esa idea, pero nunca terminó de fusionar. Yo soy parte de la generación posterior, donde sí hay muchos que nos tiramos a hacer un puente con ese tipo de fusión. Pero, por cierto, creo que estas ideas no son nuevas, sino que son cosas que se han ido probando hace algunas décadas. Lo que pasa es que ahora, con el interés que hay y con todos los viajes, uno tiene acceso a mucho material de otras partes. En ese sentido, es mucho más fácil “contagiarse”, que es una palabra de moda. Pero un buen contagio: un contagio de otras culturas, un buen virus para tener y del que no hay vacuna deseable. Siempre redefinimos nuestro propio lenguaje a partir de la mezcla con otros lenguajes que nos resultan naturales. Por ahí escuchamos una música que suena muy extraña, pero que nos suena a algo natural.

La música es como un hilo conductor, un cable que une culturas. Hay distintas conexiones. Y qué aburrido es pensar en la música como un museo, como una cosa pura. Esto es algo imposible de lograr, y no sé hasta qué punto será deseable. Al menos que solo te dediques a tocar obras de determinada época, ahí es una cosa de preservación de ese lenguaje, pero si sos un artista que está creando en el 2020 y te basás en lo popular, es imposible que no tengas el eco de otras músicas.

-Al margen de lo estrictamente musical, ¿hay algún rasgo que una a las músicas portuarias?

-Sí, definitivamente. Me parece que hay algo nostálgico, de despedida y de llegada en el tema de los puertos. El puerto también funciona como un crisol, porque es adonde llega la gente desde muchos lados. No es casual que las músicas más ricas que tenemos hoy en día (en cuanto a la música popular) estén relacionadas con ciudades de puertos. Lugares de agite, lugares adonde llegaba la gente con sus instrumentos, con sus idiomas... Tienen un parentesco en ese tema: hay algo desgarrado.

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Emilio Solla Tango Jazz Orchestra, Live at Dizzy's, NYC, October 22nd, 2018 We played the first set and next thing I know Lee Konitz comes to the green room to congratulate the band, and we started chatting. Almost as a joke, I say "Maestro, would you like to play with us?" The rest is history...what a dream of a concert! The Tango Jazz Orchestra: Reeds: Alejandro Aviles, Todd Bashore, Tim Armacost, Jon Irabagon, Terry Goss Unexpected alto sax guest: Lee Konitz Trumpets: Alex Norris, Jim Seeley, John Bailey, David Neves Trombones: Noah Bless, Mike Fahie, Eric Miller, James Rodgers Piano/Composer: Emilio Solla Bandoneon: Julien Labro Bass: Pablo Aslan Drums: Ferenc Nemeth Video edition by Jasmine Tseng

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-Es inevitable preguntarte cómo has vivido estos meses, justamente en el epicentro de la pandemia en Estados Unidos.

-Marzo, abril y mayo fueron los meses más álgidos. Ahora estamos bien, pese a que hay un pequeño rebrote. Está controlado, pero en su momento fue “scary”. Tampoco se sabía mucho de cómo te podías contagiar, así que si pedías las compras por internet cuando bajabas te ponías una escafandra y cuando volvías te lavabas la mano como un obsesivo. Ahora estamos un poco más tranquilos. Se sabe un poco más pero hay que tener cuidado. Yo estoy tranquilo e intento evitar los lugares cerrados con gente, eso es lo que más me preocupa.

-¿Y cómo es el paisaje de la ciudad hoy?

-De terror. Es una ciudad fantasma. Vivo en Brooklyn pero veo por la ventana Manhattan. Las veces que he ido últimamente, en la ciudad no hay nadie, es espeluznante. Hay negocios que están incluso tapiados con madera, para que no los roben. Muchos de los grandes negocios están cerrados porque las empresas están trabajando a distancia, por lo que al no haber circulación de empleados los edificios están vacíos, y los bares, los restaurantes, los negocios... todo está vacío, porque no hay gente circulando. Es una cadena de cosas que se están cayendo. También la gente se está yendo de la ciudad. Me decía una amiga que, gracias a la detección del movimiento a través de los celulares, se descubrió que más de 400 mil personas se habían ido de la ciudad en los últimos meses. Es que, si trabajás a distancia, para qué vas a pagar 5000 dólares de alquiler si podés pagar 1500 y te mudás a una hora de acá, rodeado de un bosque y con un jardín atrás para que jueguen tus hijos.

En medio de todo esto, la cultura pelea por sobrevivir. Solla canceló casi todas sus presentaciones de este año: “Imaginate que un club de jazz, que ahora solo puede recibir al 25 por ciento de gente, tiene que también que pagarte tu actuación. ¿De dónde vas a juntar la plata, si no podés vender todas las entradas? Es un dominó de cosas que se caen”, reflexiona.

Reconoce que intensificó su trabajo online dando clases y que todavía recibe encargos de arreglos para otros músicos. De momento, en diciembre dará un recital de piano en un festival en las Islas Canarias que, junto a una masterclass, lo mantendrán ocupado después de la entrega del Latin Grammy.

-Sobre la ceremonia, ¿te han notificado cómo se va a hacer?

-Están viéndolo. En principio, la decisión es que no se va a hacer presencial, sino todo por internet. Solo algunos artistas van a participar en vivo, pero sin público, y los nominados tampoco estamos invitados para ir. Eso es lo último que escuché. A lo mejor sí vaya hasta Miami, aunque hay que ver cómo va a estar el tema del virus allá, porque ahora en Florida hay un brote jodido. Pero bueno, estaré tranquilo y lo miraré por la tele.

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