1983-2023, del optimismo a la penumbra

En cualquiera de los casos, el cuadro de situación en el que la ciudadanía emitirá el voto por un nuevo periodo presidencial y la renovación de la representación en el Congreso nacional exhibe con crudeza la desoladora imagen de la decadencia argentina y las deudas nuevas y viejas de nuestra democracia republicana. Se trata de un clima de época muy diferente al ensayado en 1983 en el país y en la provincia

Raúl Ricardo Alfonsín y Santiago Felipe Llaver
Raúl Ricardo Alfonsín y Santiago Felipe Llaver

Quienes nacimos a la vida cívica en 1983 estamos en condiciones de trazar contrapuntos entre las expectaciones de ayer con la penumbra instalada en los comicios generales de hoy. Penumbra o panorama plagado de incertidumbres, como quiera llamarse, que contrasta sobremanera con la confianza y entusiasmo en la refundación del pacto de convivencia democrático que vivimos cuarenta años atrás.

No se trata sólo de un recuerdo personal. Semanas atrás, un historiador público de relieve, Luis Alberto Romero, destacó que la sociedad argentina que catapultó el éxito electoral de Raúl Alfonsín no es la misma a la actual. Son varias las razones que justifican dicha aseveración. Están quienes enfatizan el colapso del sistema político resultante de la crisis de 2001 que puso en evidencia la crisis de representación de los partidos políticos tradicionales y la entronización de coaliciones electorales ubicadas en el gobierno o en la oposición, dirimidas ambas por el pasaje casi interminable de cuadros políticos en la mayoría de los distritos del país que pusieron en jaque más de una tradición o identidad partidaria, y terminaron por corroer el prestigio (o confianza) en las dirigencias por su desvinculación con la agenda de la ciudadanía, escándalos y denuncias de corrupción. También están los que subrayan que dicho proceso no es independiente del mal gobierno o inacción gubernamental en la dotación de servicios o bienes públicos fundamentales, que congeló expectativas a futuro entre los trabajadores formales e informales, y sumergió contingentes enormes de familias a economías domésticas de subsistencia y en la miseria. Un panorama agudizado por años de estancamiento económico, desempeños fiscales ineficaces, ciclos inflacionarios lacerantes de cualquier ingreso formal o informal, pluralidad de tipos de cambio que distorsionan los precios de la economía e incentivos económicos discrecionales a las provincias que profundizaron desigualdades regionales, erigieron gobernadores perpetuos y precarizaron la calidad de las instituciones democráticas. En cualquiera de los casos, el cuadro de situación en el que la ciudadanía emitirá el voto por un nuevo periodo presidencial y la renovación de la representación en el Congreso nacional exhibe con crudeza la desoladora imagen de la decadencia argentina y las deudas nuevas y viejas de nuestra democracia republicana.

Se trata de un clima de época muy diferente al ensayado en 1983 en el país y en la provincia. En aquel escenario el desplome de la dictadura militar vino de la mano de la derrota en Malvinas y dejó a la vista la recomposición del sistema político sobre la base de los partidos mayoritarios, la UCR y el PJ, que estaban en condiciones de convertirse en gobierno mediante elecciones libres y competitivas. Uno y otro habían echado mano a sus estructuras partidarias con el fin de traccionar la adhesión popular, habían cerrado filas mediante elecciones internas o acuerdos de cúpulas y proyectado estrategias discursivas diferentes frente a la corporación militar. Mientras el PJ, confiado en la victoria en virtud del caudal electoral histórico, optó por “minimizar los enfrentamientos” para alcanzar un mayor acuerdo con las fuerzas armadas, la UCR conducida ya por Alfonsín, el líder de la línea interna Renovación y Cambio que se había alzado con el triunfo en las internas, hizo de la cuestión militar un factor determinante del discurso electoral al poner en agenda la responsabilidad de los militares en la violación de derechos humanos, el supuesto pacto entre la corporación militar y la corporación sindical, el eje vertebrador del peronismo desde 1945, y la reinstalación del Estado de Derecho como numen tutelar de la nueva era democrática. Esa impronta “revolucionaria y conservadora” a la vez, habría quedar impresa en la vibrante retórica que el gran orador pronunció en los actos multitudinarios celebrados en la mayoría de las plazas del país en los que apeló al preámbulo de la constitución nacional, y en los que acuñó la vibrante expresión: “la salida electoral era una entrada a la vida”.

La eficaz estrategia alfonsinista gravitó en el rotundo triunfo electoral frente a su rival histórico demostrando que había conseguido consolidar el apoyo de las clases medias y traccionar a su favor el voto peronista y de porciones de las izquierdas reconciliadas con los preceptos democráticos y las instituciones republicanas en vista al recuerdo trágico del derrumbe del último gobierno constitucional como resultado de la violencia y faccionalización política, el fracaso de la opción armada, el montaje sistemático de la maquinaria represiva y las políticas económicas del régimen militar.

Y sería ese cuadro espectral de expectativas imantadas por el liderazgo irrefutable de Alfonsín el que modificaría el esquema político de Mendoza de manera sustancial cuya originalidad radicaba en la existencia de terceras fuerzas políticas competitivas. En particular, el Partido Demócrata que había nacido en los años treinta y ganado buena fama en administración y obras de infraestructura, y había conseguido convertirse en gobierno en medio de la proscripción del peronismo en el plano nacional y provincial, y alianzas erráticas con el radicalismo provincial. Su líder, el Ingeniero Francisco Gabrielli, había sido gobernador en dos oportunidades y volvió a encabezar la lista que rivalizó con el candidato radical, Santiago F. Llaver y el peronista, José De la Mota. Como ha señalado Virginia Mellado, la formación de ambas candidaturas anticipó las condiciones de la competencia: mientras Llaver, un radical filiado a la línea Renovación y Cambio, y vinculado a sectores empresariales del este provincial, resultó el preferido como fruto de la negociación con sectores balbinistas de Causa Nacional, a raíz del ciclón alfonsinista en las internas de todas las provincias, la candidatura de De la Mota fue más litigiosa en tanto 10 agrupaciones disputaban el liderazgo de la amplia galaxia peronista provincial. De modo que no resultó extraño constatar el resultado del voto de los mendocinos y mendocinas que eyectaron a los radicales a la primera magistratura provincial, al control de las mayorías legislativas y de la mayoría de los departamentos. La distribución geográfica de los sufragios expresó la magnitud del triunfo radical y su proyección futura. El partido obtuvo un importante caudal de votos en la capital de la provincia, el clásico bastión territorial del partido demócrata. Asimismo, la fórmula radical logró imponerse en departamentos densamente poblados y filiados con el partido fundado por Perón desde sus orígenes, como Las Heras y Guaymallén. En cambio, el voto peronista se mantuvo intacto en Maipú y Santa Rosa, a raíz de liderazgos locales de larguísima trayectoria en sus municipios que se remontaban a los años ‘60.

Se trataba pues de un esquema político inédito en la provincia. El PD derrotado y condicionado a ocupar posiciones secundarias frente a las fuerzas políticas mayoritarias exigidas de renovar o reinventar el lazo con la ciudadanía. Así, mientras el PJ convertido en partido de la oposición por el voto de las mayorías populares en comicios libres y competitivos, emprendió un proceso de renovación que les permitió convertirse en gobierno en 1987 y retener el control gubernamental hasta 1999, la UCR haría del municipio de la capital el pivote de un modelo de gestión e intervención en el espacio público primordial que se irradiaría más tarde al área metropolitana, instalando un juego de alternancia gubernamental distintiva de la región cuyana como resultado de las restricciones constitucionales para la reelección inmediata del gobernador y vice-gobernador.

Mirada a la distancia, la vida pública provincial de los últimos 40 años exhibe la vigencia y transformación de partidos y liderazgos en juego, la caída de la concurrencia o participación en los comicios por fastidio o decepciones múltiples y la reducción del caudal electoral que dota de legitimidad a viejos y nuevos gobiernos. Se trata sin duda de cambios de relieve que instalan señales de alerta sobre la confianza y capacidad de las instituciones democráticas para responder satisfactoriamente las demandas, derechos y urgencias ciudadanas. Ese dilema es el que hoy está en juego, y explica con meridiana nitidez el contraste entre el entusiasmo de las elecciones generales de 1983, y la penumbra o preocupación ante el dictamen de la ciudadanía en esta hora crítica de la democracia argentina.

* Historiadora. INCIHUSA.CONICET, UNCuyo.

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