Eva Perón: entre la historia y el mito

En Mendoza, tras la muerte de Eva Perón, la recién inaugurada villa fronteriza de Las Cuevas fue rebautizada con su nombre, y en las laderas del Cerro Aconcagua se colocaron bustos en honor de la venerada difunta y de su esposo. Asimismo, la plaza Independencia mudó de nombre por el Eva Perón, al igual que el departamento de La Paz, la plaza principal de Luján, el carril o avenida San Martín de Tunuyán, la calle Andes de San Rafael y la Lisandro Moyano en Las Heras.

Mujer sostiene una fotografía de la fallecida primera dama argentina Evita. (AP)
Mujer sostiene una fotografía de la fallecida primera dama argentina Evita. (AP)

Eva Perón murió el sábado 26 de julio de 1952. Poco antes había participado de la ceremonia en la que su esposo juró como presidente el mismo día que había asumido el primer mandato constitucional y que evocaba el golpe militar de 1943. Lo había hecho ya debilitada a raíz del cáncer que padecía, y había sido asistida por un andamiaje de yeso y alambre cubierto por un tapado de visón que le permitió mantenerse erguida en el balcón de la Casa Rosada donde Perón saludó a la fervorosa multitud. Su muerte fue anunciada por cadena oficial y de inmediato el gobierno dispuso realizar sus funerales en la sede de la CGT y el Congreso como testimonio elocuente del liderazgo popular construido a favor de los menos favorecidos.

Eva moría a los 33 años en la plenitud de la fulminante carrera pública edificada junto a Perón. Se habían conocido en 1944 mientras conducía un programa de radio en el que exaltó su gestión como secretario de trabajo y previsión del gobierno militar. El encuentro se había producido en un evento artístico para recaudar fondos para los desamparados del terremoto de San Juan. El vestía de uniforme blanco y estaba acompañado por sus camaradas. Ella vestía de negro, con guantes al codo y un tocado de plumas blancas que iluminaba su cabello todavía de color castaño que fue aclarando en lo sucesivo y sujetó con un chignon en la nuca que combinó con el traje sastre como modelo de femineidad austera y apto para ser utilizado como emblema de propaganda, ascenso social y atracción o seducción popular.

Desde entonces, la unión de la pareja se mantuvo inalterable: se casaron el 22 de octubre de 1945, cinco días después del “huracán de la historia”, como llamó Félix Luna a la movilización del 17 de octubre que lo erigió en actor crucial de la vida pública argentina. La figura de Eva o Evita, como la llamaban sus devotos seguidores, ganó gravitación a partir de 1946 cuando se convirtió en referente de dirigentes sindicales que la aceptaron como interlocutora legítima entre el Estado y Perón. Dos años después, y luego de enfrentarse con las damas de la Sociedad de Beneficencia, encabezó la Fundación de Ayuda Social desde donde multiplicó servicios y bienes entre los sectores no sindicalizados o indigentes. Al año siguiente, apoyó la ley de sufragio femenino que desde décadas atrás promovían las feministas y socialistas, aunque subrayó que la conquista de dicho derecho debía traducirse en un “voto de lealtad a Perón”. De manera paralela lideró con fervor la apertura de la rama femenina del PJ creado por el Perón presidente, luego de haber disuelto el partido laborista y perseguido a sus líderes: un accionar que se hizo patente en todo el país mediante la afiliación masiva (voluntaria u obligatoria) y la creación de una vasta red de delegadas y unidades básicas que gestionaban servicios sociales diversos y rayaban un tono evangelizador.

En 1951 el capital político irrefutable que detentaba hizo que la CGT la propusiera como candidata a la vicepresidencia de la Nación en el cabildo abierto del justicialismo que reunió cerca de un millón de manifestantes frente al Ministerio de Acción Social. Pero el clamor de la multitud para que integrara la “fórmula de la Patria” no fue suficiente para sostener su candidatura. El veto del sector militar y de Perón, junto al rechazo que su accionar y lenguaje público despertaba en el arco opositor, la hizo declinar el ofrecimiento mediante un mensaje radial. Muchos coinciden en que sabía que estaba enferma y que había sido su esposo quien se lo había recordado en los tensos días que culminaron el 31 de agosto.

La agonía de la capitana resultó correlativo a la escalada de obsecuencia de legisladores, dirigentes y funcionarios que exaltaron su figura asociándola, como ha sugerido Lila Caimari, con la retórica e imaginería cristiana. El 1 de julio de 1952 grabó su último mensaje a los diputados y senadores incitándolos a preservar el lazo entre el pueblo y Perón contra la “oligarquía”, que fue respondida por el Senado de la Nación con la decisión de erigir un monumento en su honor en la intersección de la Avenida de Mayo y la 9 de Julio. La iniciativa fue apoyada por la Asociación del Futbol Argentino (AFA) que suspendió el torneo oficial para organizar encuentros deportivos con el fin de recaudar fondos. A su vez, el 15 de julio, la Cámara de Diputados, presidida por Héctor J. Cámpora, aprobó el proyecto presentado por las diputadas Delia Parodi y Gaeta de Iturbe por el que el libro en que Eva hablaba en primera persona, La razón de mi vida, debía ser de lectura obligatoria en escuelas y universidades. En ese clima reverencial, el Congreso con abrumadora mayoría oficialista, la designó “Jefa Espiritual de la Nación”, le otorgó el gran collar de la Orden del Libertador San Martín que el año anterior había recibido su marido e invitó a sus fieles a celebrar misas por su salud que se extendieron hasta que se informó por cadena oficial que había pasado a la inmortalidad.

Sus funerales se prolongaron hasta el 10 de agosto ocupando sucesivamente las dependencias del Ministerio de Trabajo, el Congreso y la CGT. A lo largo de esos días de luto oficial, y mientras una parte del país sentía alivio, miles de personas hicieron vigilia para despedirla en medio de la congoja y la persistente llovizna para lo cual eran asistidas por personal del ejército que se encargaba de distribuir alimentos. Entretanto, el imponente y multitudinario ceremonial fúnebre que recordaban el de Mitre, el de Yrigoyen y el de Gardel, y que fue filmado por la 20 th Century Fox para legar a las nuevas generaciones imágenes a color del acontecimiento, fueron replicados en las provincias mediante rituales, procesiones, crespones y altares efímeros por doquier.

La muerte de Eva Perón no sólo supuso un punto de inflexión en el imaginario y la mitología peronista. También constituyó un quiebre en la peronización del espacio público que se hizo patente en la nomenclatura de provincias, ciudades, localidades, departamentos, plazas y calles. Así mientras la ciudad y la Universidad de La Plata pasaron a denominarse Eva Perón, en Mendoza la recién inaugurada villa fronteriza de Las Cuevas fue rebautizada con su nombre, y en las laderas del Cerro Aconcagua se colocaron bustos en honor de la venerada difunta y de su esposo. Asimismo, la plaza Independencia mudó de nombre por el Eva Perón, al igual que el departamento de La Paz, la plaza principal de Luján, el carril o avenida San Martín de Tunuyán, la calle Andes de San Rafael y la Lisandro Moyano en Las Heras. A su vez, en el Salón de los Pasos Perdidos de la Legislatura, se instalaron bustos del matrimonio Perón. Intervenciones públicas todas que habrían de develar el alcance de la ausencia de una pieza central del esquema político del peronismo clásico, y de la fisura social, cultural y política que había dividido al país en dos mundos inconciliables.

* La autora es historiadora. INCIHUSA.CONICET-UNCuyo

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