Los senderos que se bifurcan hacia ninguna parte

El peronismo otra vez es víctima de sí mismo, como en aquellos delirantes años 70 que el kirchnerismo propone, irresponsablemente, revivir.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Foto Federico Lopez Claro
Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Foto Federico Lopez Claro

El ministro del Interior, el camporista Wado de Pedro, intenta ser un hombre de dos reinos, junto a Sergio Massa que también aspira a lo mismo. Ambos se imaginan sucesores de Alberto Fernández en 2023. Wado en realidad es un hombre de un solo reino infiltrado en otro, mientras que Massa es un hombre de todos los reinos que le vengan bien. Son la pobre continuación que nos ofrece hoy un peronismo gobernante que ha perdido el rumbo y que se acerca al vacío de poder.

Wado dice que hay diferencias ideológicas sustanciales entre albertismo y cristinismo y de algún modo se ofrece a mediar como garantía de que la unidad, aún en la diversidad, no volará por los aires. Sostiene que en la interpretación de la inflación y en la del acuerdo con el FMI las contradicciones son abismales. Y algo de eso hay.

En realidad, sobre inflación conviven dos escuelas. La más ortodoxa sostiene que el mal se soluciona con menos emisión, menos déficit y menos subsidios. La heterodoxa propone control de precios, aumento de retenciones (u otros impuestos) y pacto social.

Los economistas del gobierno saben que el único camino es el primero, pero tienen que decir que les gusta el otro. Y entonces hablan de maldiciones, de diablos y conspiraciones varias de saboteadores enquistados secretamente en las cadenas de comercialización de las mercancías, que llevan los precios a niveles inaccesibles para mediante una redistribución regresiva quedarse los de arriba con la plata de los de abajo. Por ende, todo se trata de descubrir donde y cómo operar los malvados, ya que una vez descubiertos se acabará con la inflación. Un cuento infantil que sólo se puede narrar en la Argentina porque en ningún otro país (ahora ni siquiera en Venezuela) los capitalistas actúan así, porque serán malísimos pero en ningún lado crean inflación como el gobierno dice que crean aquí.

Con respecto al FMI también existen dos propuestas en este país de los senderos que se bifurcan hacia ninguna parte. Según la interpretación ideológica cámpora-cristinista, la deuda al FMI que contrajo Macri, de hecho ya fue devuelta porque así como entró, salió. Se fugó a los mismos circuitos financieros de donde provino, porque para eso fue contraída, para realizar la mayor corruptela de la historia argentina frente a la cual la corrupción cristinista es moco de pavo. Entonces hay que investigar a los culpables internos y externos, pedir juicio y hacer una quita sustancial de capital e intereses ya que el FMI, el prestador, fue el responsable político del préstamo prestado para la fuga de capitales.

La otra versión, la del gobierno, deja de lado este delirante ideologismo y apuesta a no pagar nada por lo menos hasta el próximo gobierno. Sólo quiere un diferimiento y a cambio acepta un módico ajuste en subsidios y déficit fiscal sin ninguna reforma estructural (laboral, previsional, impositiva) de las que suele pedir el FMI.

La propuesta kirchnerista es apostar a un default pero no para no pagar como quiere la ultraizquierda, sino para luego negociar la quita. Es algo así como una toma de las Malvinas financiera para luego negociar algo mejor de lo que lograron Alberto y Guzmán.

El gobierno, en cambio, aspira a la refinanciación permanente y a reformas módicas para ir ganando tiempo suponiendo que con un nuevo gobierno se negociará un nuevo acuerdo.

Ninguna de las dos propuestas plantea soluciones de fondo. Una es extremista y la otra moderada. pero ninguna de ambas quiere cambiar nada.

Y así en cada tema se repite la misma diferenciación entre el ideologismo que se permite decir cualquier cosa porque no tiene responsabilidad de gobierno y el gobierno que tiene que intentar hacer una cosa para quedar bien con la realidad al mismo tiempo que debe decir lo contrario para quedar bien con Cristina. De ese modo no hay cuerpo que aguante. Menos el ya tan baqueteado de Alberto Fernández.

Así como Perón cargó sobre las espaldas de Cámpora, el más leal de todos según el mito (“¿qué hora es Camporita?” preguntaba Perón, a lo que Cámpora contestaba: “la que usted quiera, mi General”) la imposibilidad de controlar a los sectores juveniles que habían empuñado las armas, Cristina (que también le pide del mismo modo la hora a Alberto) piensa que este gobierno ya fracasó por lo que debe separarse cuanto antes de él, pese a haberlo creado. De mínima busca responsabilizar a Alberto y a los pocos suyos de los estropicios que ella supone terminales. Y si es posible, complicar a la oposición que firmó el acuerdo con el FMI que sólo proveerá ajustes y a la postre fracasará. De ese modo ella quedaría, piensa, por fuera de todas las responsabilidades de gobierno como Perón creyó poder hacer a Cámpora único responsable de la insurgencia juvenil. Ahora, paradojalmente, quien se cree heredera de la juventud insurgente de los 70 viene a enfrentar a Alberto porque supone expresa un proyecto conservador contrario al suyo. Menos mal que lo que antes fue violenta tragedia, felizmente, por ahora, es pacífica farsa.

El proyecto de Ella es dejar pegado al gobierno con la oposición en un modelo conservador que supone, tarde o temprano, debido al ajuste que trae consigo, la sociedad rechazará y acudirá a Ella como salvadora. El problema es que si ni siquiera Perón pudo reconstruir el poder, hoy mucho menos Cristina puede hacerlo.

Por su lado, Alberto, sólo espera ver si puede hacer que Cristina lo siga bancando aún malamente.

Sergio Massa, como siempre, navegando entre dos aguas, se imagina ser el que pueda establecer un pacto político entre oficialismo no K (gobierno nacional, intendentes y gobernadores justicialistas) con la parte más paloma de la oposición. Y si ese acuerdo no se concreta, irse preparando para ser el nuevo Alberto, quien pueda garantizarle a Cristina la moderación necesaria para ganar, junto a la capacidad para gobernar que Alberto no tuvo según Cristina, y no sólo según Cristina.

Todos estos proyectos oficialistas semejan delirios que el viento se llevará, porque ninguno parece posible, pero mientras tanto el poder circula a la búsqueda del depositario que no encuentra, por lo cual políticamente la Argentina se aproxima cada vez más al vacío de poder. Porque quien gobierna no tiene poder y los que desde el oficialismo no gobiernan directamente, no tienen interés en ayudarlo.

Por lo tanto, el país, más que en una situación destituyente, en la cual estaría si el peronismo fuera la oposición, está en una situación preconstituyente porque se ha “deconstituido” el gobierno por su creciente debilidad y por sus contradicciones internas sin que ningún otro sector interno quiere reconstituirlo. El peronismo otra vez es víctima de sí mismo como lo fue en aquellos crueles años 70 que el kirchnerismo hace tiempo viene proponiendo, irresponsablemente, revivir.

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