Milei y Boric, cuando pa Chile me voy

El presidente chileno Gabriel Boric comenzó a gobernar, como Milei, con las mismas grandiosas ansias refundacionales y con la convicción de poder lograrlo en soledad si le aprobaban la reforma constitucional. Nada de eso ocurrió pero Boric supo cambiar de actitud. Milei, se actuara como actuó Boric, podría lograr incluso mucho más de lo que está logrando el mandatario chileno.

Javier Milei y Gabriel Boric, presidentes de Argentina y Chile.
Javier Milei y Gabriel Boric, presidentes de Argentina y Chile.

Habitualmente, se suele reflejar a Javier Milei en el espejo de Jair Bolsonaro por sus afinidades ideológicas y porque además ambos empezaron a gobernar con una muy pequeña minoría legislativa. Se le aconseja al libertario argentino que mire cómo su par brasileño construyó una mayoría que le dio gobernabilidad, a diferencia de outsiders como el peruano Castillo que al no poder conseguir su mayoría, intentó un golpe legislativo y todavía sigue preso por su conato destituyente. Pero es menos frecuente, quizá por sus grandes disidencias ideológicas, comparar a Milei con el chileno Gabriel Boric, con el cual, salvando todas las diferencias que se quiera, hay comparaciones factibles que pueden servir de utilidad al modelo argentino.

Boric asumió como presidente en marzo de 2022, con apenas 36 años recién cumplidos, muy joven para un país tan formal y conservador. Además su experiencia política previa era la de un intransigente de izquierdas que se las pasaba tomando facultades y marchando en movilizaciones contestatarias contra toda la política en general, no sólo contra la derecha, sino también contra la Concertación a la cual consideraba cómplice esencial del sistema que había estallado. Con una soberbia parecida a la de Milei, colocó casi todas sus fichas en la aprobación de una reforma constitucional bien tirada a la izquierda: indigenista, feminista, en suma, libertaria pero desde la perspectiva progresista. Se trataba de un desordenado y enorme mamotreto con el cual esperaba acabar con la Constitución de Pinochet a la vez que mandar al rincón de los trastos viejos a Bachelet, Lagos y toda la generación que había recuperado la democracia. Y consagrarse él como el nuevo Julio César progresista.Era su libro gordo de Petete, era, de algún modo, lo que el DNU y la ley Ómnibus son para Milei. Un documento fundacional y un programa de gobierno a la vez. Pensó que si se imponía el plebiscito, tendría la legitimidad suficiente para cambiar en país desde sí mismo, sin necesidad de más ayuda salvo la de aquellos referentes que él convocara personalmente, como hace Milei. Pero le fue mal. En una elección muy participativa, el 62% de los chilenos le dijeron que no a su reforma, con lo cual la derecha pensó que había ganado la elección (aunque un año después se votaría una constitución de signo contrario e igual sería rechazada por los chilenos, pero esa es otra historia). A partir de ese día, el joven contestario que desde marzo a setiembre se había pasado criticando más a la Concertación que a la derecha, porque la quería reemplazar en su papel histórico, tuvo que bajar el copete e iniciar un proceso institucionalmente inverso: no sólo a nivel legislativo, sino también a nivel ejecutivo, empezó a construir una alianza estratégica con parte de la Concertación, aceptando darle los cargos de gobierno más importantes y consensuando las políticas de ambos sectores. Por supuesto que no logró el apoyo de todos (allá también tienen sus propios Facundo Manes) pero duplicó la cantidad de parlamentarios y sin tener una mayoría logró la gobernabilidad que antes de la reforma, con sus actitudes, no tenía de ningún modo asegurada. Inclusive es posible que en las futuras elecciones se presente juntos a algunos sectores de la Concertación, frente a una derecha que se encuentra dividida. No es que a Boric le vaya maravillosamente bien en su gobierno, pero eso es producto de sus políticas puntuales. Lo cierto es que con su cambio de actitud alejó el fantasma de no poder gobernar y quizá ni siquiera finalizar su mandato, y sembró expectativas de futuro donde no había casi ninguna.

Milei, después de sus iniciales pero módicas experiencias legislativas y de sus constantes golpes a la pared cuando la realidad le desmiente sus ansias fundacionales, debería mirar el proceso chileno sin escrúpulos ideológicos, sino más bien con visiones metodológicas. Para superar esta mayoría apenas circunstancial que le votó su super ley pero que es, por ahora, la sumatoria de un presidente en soledad y de sectores que lo quieren ayudar pero que se encuentran totalmente fragmentados, además de ninguneados y vituperados por el libertario. Y no se construye gobernabilidad con un solitario y muchos atomizados. Así no podrá manejar una (ley) Ómnibus con muy pocos asientos ocupados y un DNU que está siendo descuartizado por una justicia tan corporativa como los intereses que defiende, empezando por su escandalosa defensa del vetusto sistema laboral de los patrones del sindicalismo argentino. Es cierto que la ley y el DNU, como bien señala la distinguida doctora Kemelmajer de Carlucci y otra gente que defiende convicciones y no intereses como ella (aunque no sean tantos), contiene errores insanables. Pero no seamos ingenuos, esto es política y detrás de contraofensivas, como la sindical, se esconden muchos defensores de privilegios indefendibles que aprovechan la exposición pública de los otros para ver si ellos se pueden colgar sin que se los vea mucho, e intentar lograr que no se cambie nada de lo que debe ser cambiado.

Con lo que está sobreviviendo de los dos grandes instrumentos legislativos, ha quedado algo del espíritu desregulador original que a la larga tendrá efectos positivos en la cultura de la sociedad. Pero hoy en Milei es más importante la dirección del cambio por su orientación liberal que su programa en sí, que tiene muchas necesidades de enmiendas prácticas de todo tipo, y además debe ser implementado políticamente, o sea a través de acuerdos. Y eso no se logra en dos meses, ni aquí ni en ninguna parte del mundo. Lo de Milei es un programa de gobierno que lanzó de golpe pero que sólo podrá imponer de a poco. Para que no se quede sin nada, como se quedó Boric cuando perdió el plebiscito constitucional.

Lo urgente, hoy por hoy, es ver si frena cuanto antes el proceso inflacionario, la emisión y el déficit, haciendo a la vez que el enorme sacrificio sea resistible por la sociedad porque si no, por más bueno que sea su plan a largo plazo, va a ser inviable en el corto plazo, y por ende no tendrá largo plazo. La falta de paciencia de la población es un enorme dato a tener en cuenta en esta sociedad líquida donde los amores y los desamores se suceden sin solución de continuidad y con muy poco tiempo de diferencia entre ellos. Y quizá para ello, Milei debería demostrar un poco más de sensibilidad de la que está demostrando, aunque esto que decimos parezca una sensiblería.

A Milei le interesa mucho la macro economía pero poco la micro. Y no parece ver con claridad o sentir sinceramente lo que está pasando en el país llano. En una entrevista que hoy cobra particular significación, cuando era candidato le preguntaron por los precios de los productos de primera necesidad o del boleto del micro y demostró que no tenía ni siquiera la más mínima idea. Como que fueran cosas que le resbalaran tal cual le ocurre a los ricos, cuando hoy la inmensa mayoría de la sociedad no puede pensar en mucho más que llegar a fin de mes. Aunque también, en una importante mayoría, no creen que la culpa sea de Milei y por ahora aún bancan bien en relación a lo que están pasando en sus vidas cotidianas.

Además Milei tiene otra actitud muy rara: salvo la muletilla libertaria repetida hasta el hartazgo de que El Estado y el estatismo, aunque sean defendidos por gente honesta, son por definición estructuralmente corruptos (lo cual no es más que una acusación ideológica de la corrupción donde al acusar a todos no se acusa a nadie), no la emprende jamás contra políticos particulares del gobierno anterior (como Cristina o Massa), mientras que siempre la emprende brutalmente contra todos los que son o podrían ser sus potenciales aliados. Como si no pudiera soportar la menor contradicción. En eso también se parece mucho al Boric previo al fracaso constitucional.

Es cierto, y en esto hay que darle la razón a Milei, negociar es pedir mucho para luego ceder algo, que es lo que de hecho viene haciendo aunque despotrique contra el mundo. Pero eso no es lo mismo que insultar a niveles inimaginables a quienes no negocian en tus términos y luego querer volver atrás como si no hubiera pasado nada. Va generando rencores y resentimientos de manera absolutamente innecesaria, entre gente que lo quiere ayudar.

El proyecto liberal que hoy necesita la Argentina, y que fue votado no parece tan difícil de enunciar. Pero es dificilísimo de concretar. Hay que construir una cultura desregulatoria en una sociedad asfixiada de subsidios y formada en una concepción ultradirigista. Ese es un trabajo complejísimo. Pero también lo es generar una cultura aliancista en una sociedad donde, a pesar de todo, y de haber perdido las elecciones, el único que siempre está unido en lo esencial es el peronismo. Y cuando se divide porque pierde el poder, apenas lo huele de nuevo, se reunifica en menos que canta un gallo.

En cambio la oposición al peronismo es casi lo contrario: Cambiemos fue desde sus orígenes una coalición paradojal, ganó en 2015 por apenas un punto y medio la presidencia, pero a los dos años hizo una elección legislativa extraordinaria. Sin embargo, desde ese día comenzó su ocaso cuando se esperaba lo contrario. En consecuencia, perdió la presidencia en 2019, pero otra vez se impuso drásticamente en 2021 en las legislativas de ese año, con lo cual ya casi tenía asegurada la Casa Rosada dos años después. Pero desde que ganó comenzó la decadencia otra vez hasta ser superada por un outsider solitario y quedar en tercer lugar. Es extraña una coalición que crece cuando le va flojo y decrece hasta ser derrotada cuando le va muy bien. Por eso se evaporó. Los que esperaban que había aparecido un refugio más poderoso que el indeciso radicalismo para amparar a todos los antiK y para competir de igual a igual con el peronismo, no lograron su objetivo. Hoy están todos dispersos. Y Milei no parece ser un constructor de coaliciones. Por eso de aquí en adelante la Argentina necesita que uno o varios o muchos tengan la habilidad de lograr que todos aquellos que quieran transitar por el ancho camino del liberalismo lo hagan juntos, en vez de que cada uno marche por su lado. Esa es la verdadera estrategia política, pero para eso hay que seducir y consensuar, no agredir o intimidar al que piensa parecido para exigirle que piense igual.

Boric necesitaba reconstruir el orden y recuperar la gobernabilidad en un país con las reformas económicas estructurales hechas, que sólo requerían distribuirse mejor. Nosotros necesitamos mucho más, sobre todo la gran reforma económica liberal que no se ha hecho y eso es mucho más difícil. Sin embargo, tenemos para eso más ventajas que Boric para la formación de mayorías si Milei sabe cambiar de actitud como lo supo hacer el chileno. Si se cuentan los 144 votos con los que Milei logró que le apruebe Diputados su Ley Ómnibus en general, allí están las bases de una alternativa política si se aspira más a la arquitectura racional que al unanimismo mágico. A la unidad para transitar juntos por el ancho sendero asfaltado del liberalismo y no por algunos de sus minúsculos desvíos de tierra.

En síntesis, Milei lanzó todo un programa de gobierno pero apenas le van a dar unas pocas leyes para que empiece. Lo demás depende de si la gran devaluación inicial lleva a otra devaluación o si le pasa como a Duhalde que en pocos meses, luego del brutal derrape de 2001/2, logró estabilizar las cosas, es cierto, con un mayor nivel de pobreza pero se pudo comenzar a planificar otro país. Con menos que eso hoy la gente, tan cansada, se conformaría. Pero hay que lograr estabilizar la Argentina.

Para obtener eso, Milei se va a tener que enfrentar con dos grandes e inevitables contradicciones en relación a lo que dijo en campaña.

Primera gran e inevitable contradicción: En Argentina no funcionaron las concertaciones no peronistas, ni la de UCR-Frepaso, ni la de Cambiemos, por eso se votó a alguien de fuera de la política, porque no formaba parte de la casta a la cual se considera culpable de todos los males. Pero ahora Milei tiene el problema de todos los outsiders: debe armar su coalición solo con la casta y nada más que con la casta porque es el único lugar de donde cosechar voluntarios. No hay nada más. Los suyos propios son apenas una suma de voluntariosos que no se notan mejores que nadie y con menos experiencia que todos.

Segunda gran e inevitable contradicción: Suele decirse que Milei está cumpliendo lo que prometió. Eso es sólo en parte. Quizá está aplicando muchas medidas que prometió en la campaña, pero ha dado vuelta, como no podía ser de otro modo, su gran promesa: esa de que la casta iba a pagar el ajuste y no la sociedad. En realidad el ajuste lo está pagando en su 99,9% la sociedad y los de abajo mucho más. Y aunque ajustara la casta, tendría más éxitos simbólicos pero no la plata que necesita porque bajar privilegios de la casta no suma demasiada cantidad de recursos de un día para el otro. En cambio bajarle el sueldo o la jubilación real a más de 40 millones de argentinos es mucha plata ya mismo. Quizá no quede otro camino, lo otro sería emitir como hacía Massa para aumentar nominalmente los salarios, lo cual a la postre nos llevó a este desastre. Pero digamos las cosas por su nombre, Milei repitió la versión troskista de que el ajuste lo paguen los ricos y no el pueblo trabajador, por la de que el ajuste lo pague la casta y no la gente decente (forma de decir pueblo trabajador por derecha). Y no lo está cumpliendo porque nadie lo puede cumplir. Si ganaran los troskistas tampoco lo cumplirían y también ajustarían al pueblo trabajador solo que le echarían la culpa al imperialismo en vez de a la casta.

Basta con ver el paquete fiscal: el ajuste lo pagan principalmente las provincias, el campo, la clase media y los jubilados. Ninguno de esos son la casta. Pero no seamos demagogos, no nos engañemos, lo que se debe hacer se debe hacer, aunque Milei va a tener que cambiar de piel, como hizo Menem, para poder seguir adelante sino muy pronto será considerado uno más de la casta que ajusta a los pobres incluso más que los otros miembros de la casta. Y con el tiempo atacar los privilegios de fondo que sí son mucha plata, como los del Tierra del Fuego y sobre todo la corrupción y la ineficiencia, que son los dos grandes temas estructurales con que la casta kirchnerista fundió al Estado. No por ser estatista, sino por ser corrupta e ineficiente. No se engañe, Milei.

Él debe construir una alianza mayoritaria, legislativa cuando mínimo y quizá alguna más amplia coalición de gobierno. Y elaborar con paciencia un programa factible que sin prisa pero sin pausa conforme un plan coherente y posible. Que se aleje de los fantasmas de Castillo o de tantos otros outsiders que cayeron o que sobreviven en el infierno. Y que mire con alguna atención a Boric, más allá de sus insanables diferencias ideológicas.

Con su convicción de que tiene la fórmula mágica de la salvación nacional le alcanzó para ganar pero apenas, muy apenas, para empezar. Ahora debe gestar la fórmula concreta de la gobernabilidad contando apenas con una armada Brancaleone propia, una serie de aliados coyunturales atomizados y teniendo enfrente una oposición dura, rencorosa, resentida y que se ha dividido en dos partes: los que quieren hacer caer a Milei lo antes posible, y los que se han sentado en la puerta de su casa a ver pasar el cadáver del enemigo. Se trata de una oposición que tiene el 99% de las fichas jugadas a que el gobierno se caiga cuanto antes. Son además, todos ellos, el pasado total y absoluto. No han ofrecido una sola idea nueva para cambiar los horrores que cometieron. Pero, aún así, siguen muchos más unidos que el magro oficialismo y el atomizado paraoficialismo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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