Por qué marchar y por qué no marchar

La educación primaria se hizo obligatoria, laica y gratuita con el presidente Roca, ejecutor indiscutido del ideario de Sarmiento. Este concepto se extendió luego a los secundarios y a las universidades públicas. Los actuales liberales que ven en Milei un sucesor de aquellas ideas fundadoras del progreso argentino, deberían saber que fueron los padres del liberalismo argentino quienes establecieron las pautas de una educación para todos.

El 23 de abril, desde las 16, la comunidad universitaria se movilizará hasta la Plaza Independencia para defender la educación pública.
El 23 de abril, desde las 16, la comunidad universitaria se movilizará hasta la Plaza Independencia para defender la educación pública.

Esta pareciera haber sido la cuestión: marchar o no marchar. El “eterno retorno de siempre lo mismo” es una proposición niestzchiana que no significa pensar la historia como algo cíclico de manera literal como sugiere la creencia antigua oriental. Significa más bien pensar en una repetición abstracta de circunstancias idénticas. Por ello, los hechos históricos, las pequeñas o grandes cobardías, la osadía de los héroes, las traiciones, la epopeya de un grupo o una revolución cualquiera, están hechos siempre, a lo largo de los tiempos, de un mismo elemento, aunque su ropaje sea diferente.

Don Miguel de Unamuno -que he citado en numerosas ocasiones- una vez más me viene a la memoria. Corría el año 1936 en los meses previos a la guerra civil -que Don Miguel llama “incivil”- y el rector de la Universidad de Salamanca redacta una misiva de auxilio dirigida a todas las universidades del mundo, en plena etapa de la Segunda República en la que denuncia los abusos que se producían en las universidades de la España de entonces, consistentes en la degradación académica, el abandono de la investigación científica, la ideologización de la enseñanza, y en fin, la pérdida de la excelencia educativa en los claustros universitarios.

El pensador de las paradojas no era hombre de escondites ni de indecisiones prácticas. Decía lo que pensaba, pensaba lo que sentía y actuaba en consecuencia. Pero las dudas -y no las certezas- eran el motor de sus pasiones. “Se jugaba” se diría hoy, aun sabiendo que podía perder o equivocarse. Nunca voló por debajo del radar para no ser visto. Todo lo contrario.

Un dato no menor es que la guerra civil española se desarrolló en el caldo de cultivo que es tener casi un 40% de analfabetismo en la población.

Esta introducción me sirve para pensar algo acerca de la marcha por la universidad pública que se hizo el día martes 23 de abril pasado. Empecemos por separar la paja del trigo.

Creo que la marcha fue absolutamente legítima. Esto lo reconoce incluso el gobierno nacional. Argentina ha caído desde hace algunas décadas en la trampa de los extremos, en la encerrona de los fanatismos, en la fórmula del péndulo que solo admite posiciones duales. Propongo -en realidad solo me propongo a mí mismo- no hablar más de izquierdas ni de derechas, ya no hablar con un lenguaje basado en una ubicación geométrica o cardinal de las ideas. Me propongo hablar en serio.

Marchar junto a los profesores y a los alumnos que enaltecen el conocimiento, marchar junto a las familias que rinden su tributo espiritual a las bondades de la universidad pública que los formó, fueron algunos de los motivos más claros que muchos tuvieron como para decidir marchar en favor y en defensa de la universidad pública. A ellos mi reconocimiento.

Pero marchar al lado, codo a codo, con quienes también devaluaron la calidad académica y material de la universidad, marchar por ejemplo junto a Massa o Fernández, que en su gobierno suprimieron partidas presupuestarias a las universidades y sin embargo no soportaron ninguna marcha, o marchar junto a los que tiraron toneladas de piedras contra la democracia, o marchar junto a grupos seudo-feministas que mantienen calladas sus bocas ante las violaciones que sufren las mujeres en Irán -que tienen prohibido el acceso a la universidad- o las violaciones a mujeres y niñas rehenes de Hammas, o marchar junto a quienes otrora valoraban la consigna “alpargatas sí, libros no”, o junto a los sindicalistas que desde hace treinta o cuarenta años viven en lujosas mansiones mientras sus obreros o afiliados lo hacen en la pobreza, es casi como pretender que uno marche contra sí mismo. Es como un suicidio abstracto o por lo menos una incoherencia.

Muchos no quisimos marchar junto a quienes nombraban Profesora Honoris Causa y Rectora Honorífica por la Fundación Universitaria Popular de Escobar a la señora Milagro Sala o junto a una madre de plaza de mayo que insiste en que esa marcha sí se trata de una marcha política y partidaria y que hay que expulsar al actual presidente, en clara alocución golpista.

Ahora bien, no marchar, -y esto debe entenderse muy bien- no significa pensar en que la universidad no debe ser gratuita o que debe desfinanciarse para socavar la educación superior en la Argentina. No marchar no significa apoyar a un gobierno que se parece mucho a un grupo victorioso de adolescentes comandados por un líder disruptivo. No marchar no significa estar de acuerdo con los cincuenta mil trolls y haters que operan a favor del gobierno. No marchar tampoco significa creer en las extrañas fuerzas del cielo o en gnomos y hadas benefactoras, ni creer en el pensamiento único ligado a la hegemonía dictatorial de los monoteísmos religiosos.

Una razón más para no marchar fue el hecho que no deberíamos pensar que estamos en guerra, que es el lugar existencial de la humanidad en donde los soldados o acólitos de una idea, precisamente lo que hacen es “marchar”. Y para marchar, solo basta con tener médula espinal. Sobra el cerebro.

Con estos argumentos podría establecer también que marchar, no significa necesariamente apoyar a las corrientes ideológicas ligadas al espectro K que entienden a la universidad como un lugar de adiestramiento y adoctrinamiento político.

Hay otro mito paradojal y pendular en la Argentina, el cual es creer que la Universidad pública no debe ser discutida. Mis preguntas: ¿Por qué no podría ejercerse un control externo a las universidades para ver si su presupuesto se ejecuta adecuadamente? ¿Por qué no puede la universidad arancelarse para quienes sí pueden pagarla en beneficio de quienes no pueden hacerlo ¿No sería esto una conducta de distribución equitativa? ¿No corregiría esto algunas desigualdades? Por lo menos el tema merece su discusión.

Con esto de separar la paja del trigo, conviene recordar que una cosa son los liberales de la Generación del 80 y otra muy diferente los libertarios de esta última generación. La educación primaria se hizo obligatoria, laica y gratuita con el presidente Roca, ejecutor indiscutido del ideario de Sarmiento. Este concepto se extendió luego a los secundarios y a las universidades públicas. Los actuales liberales que ven en Milei un sucesor de aquellas ideas fundadoras del progreso argentino, deberían saber que fueron los padres del liberalismo argentino quienes establecieron las pautas de una educación para todos. De paso, deberían saber también, que tanto el Banco de la Nación Argentina (1891), el Banco Hipotecario Nacional (1886) y el Banco Central de la República Argentina (1935), fueron creaciones del liberalismo argentino.

He querido expresar con estas líneas, que nadie debe señalar a nadie por marchar o no marchar. En un abanico variopinto y lleno de diversidad, creer que solamente quedan dos posiciones a tomar en la cuestión universitaria y en tantas otras cuestiones, es reducir la realidad al blanco y al negro y es desconocer que hay grises y otros mil colores en el mundo de las ideas.

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