Volvemos

Después de mucho tiempo, en Mendoza empezamos a hacer cosas que no podíamos. En la calle, igual, los barbijos nos permiten ser más lindos.

Sin restricción de DNI se notó mucho movimiento de personas por las calles de la ciudad.
Sin restricción de DNI se notó mucho movimiento de personas por las calles de la ciudad.

Volvemos, estamos volviendo a ser lo que éramos. Todo depende de nosotros, che. Nadie nos va a andar cuidando de no cometer errores. Es nuestra absoluta responsabilidad y hasta ahora hemos demostrado que somos bastante responsables.

Usamos el tapabocas, que es una ventaja, porque nos tapa gran parte de la cara y todos parecemos lindos. Se nos ven los ojitos allá arriba y lo demás entra en el campo de la imaginación. A veces me saluda alguien por la calle, me saluda como si me conociera y yo me pregunto, ¿cómo hace para reconocerme si yo estoy dentro del barbijo? Hay gente muy perspicaz.

Algunos llevan un centímetro en su bolsillo para medir, llegado el caso, la distancia social. Con dos metros está bien y el tipo mide a cada rato la distancia adquirida con otro ser humano. En los negocios hay colas, pero bueno esto no es algo que pueda sorprendernos, porque en condiciones normales los argentinos hacemos cola para todo, hasta para ir al baño. He visto a varias mujeres esperando fuera de una puerta que dice “damas”.

Ahora podemos salir en cualquier momento, ya no corren las terminaciones del número de documento. Al final, el documento no va a servir para mucho, porque ya no nos ordena y además no sirve para identificarnos, porque con el barbijo puesto nada tenemos que ver con la foto que aparece en el DNI.

Se ha levantado un poco la barrera y ahora la gente puede andar con algo de libertad por las calles. La ciudad lentamente vuelve a tener esa fisonomía caótica que la caracterizaba y ya empezaron a aparecer tapones en las calles por los autos acumulados. El aire vuelve a toser y las veredas a ser hundidas por los pasos.

He visto en los cafés una cantidad considerable de personas sonriendo alrededor de un café. Es un regreso. Al tipo le pesaba no poder perder el tiempo frente a un pocillo y más allá un amigo que esté dispuesto a escuchar nuestros disparates.

Vuelven a tener sentido nuestros zapatos y nuestras zapatillas, que estuvieron contenidas durante muchos días dentro de la casa sin poder devorar distancias, que para eso fueron inventadas.

Algunos deportes tornan a tener movimiento: un deporte sin movimiento no es deporte. Hasta para jugar al ajedrez tenés que hacer ejercicio. Por eso importa el regreso a aquellos lugares donde uno pueda desplazarse con cierta complacencia. Ya basta de hacer abdominales en el dormitorio, ahora tenemos toda la ciudad para elegir.

Podemos pasear, andar al santo ojal o al divino botón, por donde se nos ocurra sin que nos digan “no haga eso que no está permitido”. Ahora tenemos permitido ser uno. Encontrarnos con nosotros mismos mientras nos acaricia con caricia fría el viento de un invierno que parece que se viene con todo.

¿Se está terminando la cuarentena? Bueno está empezando a terminarse, que no es lo mismo. Todavía podemos recular como en los micros llenos, aunque los micros lleno siguen siendo una violación a la norma.

Volvemos, lentamente volvemos, aunque no se escuche el estallido de un gol en estadio alguno, nos acercamos lentamente a ser lo que éramos.

Dos mujeres nos apañan: la Paula (por este asunto de volver paulatinamente) y la Norma (por ese asunto de las normas de convivencia). Traten de ser amables con nosotros, señoritas.

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