Aguante la ficción

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“Niños”

Dormíamos los dos en un colchón en el piso porque a mí me resultaba más cómodo. La cama vieja, de hierros oxidados, no soportaba nuestro peso. A él le daba lo mismo. El resplandor de la noche atravesaba las finas cortinas, recortando las formas que animaban la habitación. Pero cuando abrí los ojos había allí algo que no reconocía. Con esfuerzo logré ver la figura de unos niños que se acercaban lentamente. Quería hablar, pero mi boca no emitía sonidos. Ellos seguían avanzando. Cuando me di cuenta ya estaban parados frente a nosotros. Un escalofrío me despertó. Mi corazón latía rápido por el miedo. Él dormía plácidamente. Fue una pesadilla, me dije. Cuando pude reaccionar, lo abracé. Su calor lentamente me tranquilizó.

Dormíamos en un colchón en el piso porque a ella la incomodaba la cama. A mí me daba lo mismo, solo quería sentirla al lado mío.  Siempre se dormía con su cabeza sobre mi brazo y yo con el olor de su cabello. Las primeras luces de la mañana atravesaron la ventana y abrí los ojos. No sentía su cuerpo junto al mío. Quise tocarla, pero no había nadie. Levanté la vista y ahí la vi, arrodillada junto al colchón, con la cabeza gacha y el pelo cubriendo su cara. Detrás de ella una niña masajeaba su espalda. De un salto me puse de pie. Tomé lo primero que encontré y se los arrojé para separarlas. Ella levantó tranquilamente la cabeza y me preguntó, ¿Qué hacés?

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