El cadáver

El cadáver
El cadáver

“Por primera vez he visto un cadáver” dijo Lucas, recordando una frase de la novela que estaba leyendo. Salió de su casa cerrando la puerta de roble a sus espaldas. Se paró en la vereda y miró hacia los costados. No había nadie. Era la siesta. ¿Alguien habrá escuchado los chillidos?, se preguntó. Y se sentó en el cordón junto a una primavera a punto de llegar. Miró hacia atrás como para repasar lo sucedido y notó que la fachada de la casa estaba descolorida. ¿Cuánto hacía que la había construido? ¿18, 19 años? Sí, aproximadamente. Julián tenía pocos meses cuando se mudaron. En ese momento reconoció a Martín, su vecino que venía de correr. La vestimenta deportiva y el ¡Hola! agitado, lo delataron. Al verlo levantó la mano para saludar y le preguntó si le sucedía algo.

-No. Está todo bien. ¿Por qué lo preguntás?  -contestó Lucas nervioso y  encendió un cigarrillo.

- Nada, te vi sentado... solo, en la vereda. ¿Sucedió algo? ¿Te quedaste afuera?, ¿querés llamar a alguien? Pero qué le pasa a este tipo. ¿Habrá escuchado el alboroto?

- No, gracias. Solo salí a tomar un poco de sol.

- Hacés bien, el día está maravilloso, y dejá de fumar que terminará matándote. Lucas, lo miró con desprecio y tiró el cigarrillo mientras se saludaban. Martín abrió la puerta y entró.

Se quedó un rato más pensando qué iba hacer con el cadáver. Dónde lo enterraría. Era un dilema. Respiró profundo varias veces antes de volver  a la casa. Es ahora o nunca pensó. Los niños estaban en el club. Tendría tiempo de limpiar todo y llevarse el cadáver.

Apenas abrió la puerta se encontró con un escenario calamitoso. Sillas patas para arriba, muebles corridos, escoba, escobillón, lampazos tirados en el piso. Y allí estaba, el cadáver, entre la puerta y el patio. Tendido mirando el techo. Había querido salir corriendo cuando la alcanzó con la punta del paraguas clavándolo en el pecho. Ese paraguas que nunca se usó y que solo servía de adorno. Lucas se paró frente a ella y la contemplo. Recordó el primer día que la vio. Él estaba sentado en su gran sillón leyendo “La hojarasca” y apareció, con los ojos salientes de alguien que deseaba esconderse. La volvió a contemplar, a esa criatura temerosa que deambulaba por la casa, vencida como la rata que era.

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