Dolly María Lucero Ontiveros: docente, investigadora y poeta

Dolly Lucero se dedicó fundamentalmente a las letras medievales con verdadera pasión. Y en paralelo desarrolló una gran obra creativa.

Dolly Lucero fue una apasionada de la investigación en literatura medieval. ( Orlando  Pelichotti/ Archivo)
Dolly Lucero fue una apasionada de la investigación en literatura medieval. ( Orlando Pelichotti/ Archivo)

“La luz se vuelve llama/ en el incendio de los árboles,/ en la palpitación ligera/ del anhelo, en el vuelo/ de los pájaros proclamando/ la libertad del aire./ En la ventana las horas/ marcan el huir de la/ sombra/ callada en los cristales./ El follaje sostiene el aire/ en su estirpe de azucena/ […]”. Dolly María Lucero Ontiveros. La luz se vuelve llama (1983)

En mayo de 2020 falleció en Mendoza Dolly María Lucero Ontiveros, profesora de literatura, investigadora y poeta. Quienes fuimos sus alumnos, primero, luego sus colegas, recordaremos siempre su amor por la palabra, su finura espiritual y, por sobre todo, la alegría serena, pero chispeante, que brotaba de la profundidad de su mundo interior.

Había nacido en Mendoza y se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo como profesora de Literatura. En estas aulas universitarias fue alumna de Julio Cortázar, al que recuerda, por ejemplo, en el artículo titulado “Julio Cortázar, un mendocino ocasional (a través de su Imagen de John Keats), publicado en Piedra y Canto N° 4 (1996): “el profesor Cortázar tenía la virtud de trasladarnos en el tiempo a países brumosos, calles y mares nunca transitados ni entrevistos, cuando revivía para sus oyentes apasionantes lecturas de los románticos franceses e ingleses y de los simbolistas europeos con su tono de voz ligeramente gutural y el subrayado de sus largas manos”.

Dolly Lucero realizó sus estudios de Doctorado en la Universidad de Madrid y se dedicó fundamentalmente, a través de su dilatada trayectoria investigativa y docente, a las letras medievales con verdadera pasión. Algunos de los temas abordados en sus investigaciones son: “El Renacimiento y América en La Argentina, de Martín del Barco Centenera” (Cuadernos Hispanoamericanos, 1954); “El Escorial en el Barroco” (Cuadernos del Sur, 1958); “Aspectos de la lírica cortesana. Asedio a la poesía amorosa de Jorge Manrique” (Cuadernos de Filología, 1972); “Lucas Fernández y la concepción mariana en su teatro” (Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas 1989); “Los colores en el Arcipreste de Talavera : texto y contexto (verde, azul y blanco )” (Revista de Literaturas Modernas, 1995); “Caminos del vino en la península Ibérica a través del refranero” (Caminería hispánica, 1998); “Juan Solano Luis y su añoranza española” (Piedra y Canto, 1999); “Literatura de milagros en la Argentina y la Flor de milagros de Jorge M. Furt” (Studia in honorem Germán Orduna, 2001), entre muchos otros.

Paralelamente se desarrolló su obra de creación, que abarca el quehacer de casi un cuarto de siglo, a partir de la década del 70. En efecto, sus dos primeros poemarios se publicaron en Málaga: Un día cualquiera de memoria (1973) y Lumbre incierta (1976). Como señala Lilia de Orduna (1996), “puede resultar curioso que una escritora tan íntimamente ligada a su tierra haya publicado sus primeros libros lejos de su país, peo se explica en su historia personal de gran viajera, con estudios cursados y grados obtenidos en universidades europeas”. Su producción poética se completa con La luz se vuelve llama (1983); Dimensión del gozo (1985), poemarios publicados en Mendoza, y El hogar invisible (1995), editado en Viña del mar, Chile.

También en palabras de Lilia Orduna podemos decir que no se advierten etapas en su producción poética, “sino un camino ascendente en función de su crecimiento interior”, que se advierte claramente a través de los títulos mismos de los libros. Así, en la totalidad de sus poemas se advierten las mimas notas: la unión de clasicismo y modernidad, decantadísimas lecturas y un tono emotivo muy hondo, en el que se aúnan “contemplación, ensueño, afectos” (Orduna, 1996). En efecto, es dable advertir en sus poemarios, como tema reiterado, la presencia-ausencia del amor, lo que da a todas las composiciones un melancólico encanto y la captación transfigurada del paisaje.

En lo formal, dentro de su aparente sencillez expresiva, hay en estos textos una gran elaboración poética en la musicalidad del verso, libre aunque con cierta tendencia a metros tradicionales como el endecasílabo o el octosílabo. También se destaca en su elaboración poética, una “mirada ascensional” que se plasma en imágenes etéreas, de gran plasticidad, una cuidada selección léxica y el recurso a la reiteración como modo de intensificar el sentimiento.

Igualmente, como recurso expresivo dominante se destaca el delicado simbolismo de muchas de las imágenes empleadas por la autora, que arraigan en una vivencia personal muy honda, que parte del contemplación de la naturaleza y se proyecta a una dimensión espiritual, tal como señala Mariana Calderón de Puelles: “Las cosas convocadas tienen un doble valor. Por una parte, construyen una realidad poética en donde cada uno ocupa el lugar que su naturaleza le confiere […] por otra parte, cada objeto poetizado abre la puerta del alma a una realidad sobrenatural de la que es símbolo” (1996). Así, “la creación convive en armonía con su Creador y, en ese sentido, supera cualquier tipo de oscuridad en el plano expresivo. La palabra trasciende la esfera de lo puramente particular y abre un mundo al que todos pertenecemos” (Calderón de Puelles, 1996). Así, en la poesía de Dolly Lucero, “El dolor se vuelve gozo, tristezas y angustias se remansan en suave melancolía, de la realidad vegetal pasa al florecimiento interior y la serenidad domina en la seguridad de la Esperanza” (Lilia de Orduna, 1996).

“¿Quién puede nombrar la tarde/ cercana de la muerte, cuando/ la gloria de la tierra tiembla/ entre el esplendor y los ocasos?/ ¿Quién cuando el aire aligera/ el peso de las nubes y el verde/ permanece augusto en su hermosura?/ ¿Quién señala los pasos finales/ del camino, cuando el gris inmutable/ enmudece las fuentes de la vida?/ Quién, Señor, sino Tú, renacerá en su día”.

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