Recordando a Emilio Fernández Cordón

La autora de nuestra columna “Cuestión de Palabras” hace foco en este notable escritor mendocino.

Emilio Fernández Cordón
Emilio Fernández Cordón

Fue hasta el baño y casi pega un grito al ver al coso que estaba en el espejo. ¿Quién es ese tipo?, se preguntó preocupado. El tipo lo miraba en silencio. Se parece a mí, dedujo, pero tiene con cuarenta, digamos... veinte en arrugas más veinte en canas... justo cuarenta, esperá, tal vez un poco más, si contamos las ojeras pronunciadas y los portones de la frente. Pongámosle unos dos más para redondear”. Emilio Fernández Cordón. Cuentos para matar…te (p. 148).

Emilio Fernández Cordón (1956 – 2014), nacido en San Martín, ejerció durante años la abogacía, hasta que la dejó para dedicarse a la literatura. Narrador, creador de relatos infantiles, ganador del premio Vendimia de Cuentos en el 2002, produjo cientos de textos que durante años leyó en distintos programas de radio. Publicó, entre otras colecciones, El diablo, el hijo y el rayo, Cuentos para matar... el tiempo y Cuentos para matar…te, además de Vacaciones fantásticas, una novela para niños ilustrada por Laura Rudman. Elijo en esta ocasión una de sus colecciones de relatos “casi” policiales

En estos treinta y siete cuentos que Emilio ofrece bajo el significativo título de Cuentos para matar... el tiempo (2006), la primera imagen que se instaura es la de la duplicidad de planos o si se quiere, la idea de un anverso y un reverso, dos caras de una misma realidad, que luego se corresponde con la –si no obsesionada al menos llamativa- frecuencia con que aparecen en el el texto los espejos, ese inquietante artefacto capaz de duplicar la realidad pero también de irrealizarla, convirtiéndola en un reflejo invertido y en cierto modo falaz.

Esta idea de espejo se potencia –siempre en tren de acercarnos al texto a través de sus paratextos- por las dos fotografías del autor que nos sonríen desde la contratapa. La primera es la de un joven de 20 años, del que se nos dice que nació en San Martín, es abogado y escribe desde 1988; y la otra, la del escritor que –unos años mayor- ofrece a la mirada crítica su obra. Esta duplicación de imágenes como juego de espejos se sustenta, en el interior del libro, con diversas situaciones, como la relatada en el epígrafe, que pertenece al cuento “La cena”.

La intención lúdica es evidente y constituye una de las “alertas” para el lector desprevenido. En cuanto al título, hay una primera posibilidad de lectura: la que se hace eco del sentido popular de la expresión, que sugiere más bien la idea de pasatiempo trivial, un pequeño “relleno” para horas que no se resignan a pasar. Nada más lejano, sin embargo, de la realidad de este texto, porque en una segunda lectura, los cuentos de Fernández Cordón esconden profundos significados que nos atrapan e impulsan a continuar leyendo, no ya en busca de un pasatiempo inocente, sino con la perversa fruición del cazador de tesoros ocultos. Esta duplicidad de planos se relaciona con cierta dificultad para determinar la modalidad exacta de algunas páginas, que tanto pueden ser gustadas en su literalidad, como permitir una lectura alegórica.

Otro quiebre o duplicidad de sentido es el que también sugiere el título a través de esa bimembración que señalan los puntos suspensivos y que nos permite distinguir dos series isotópicas en el interior del volumen. La primera tiene su origen en la siempre sobrecogedora intensidad del verbo “matar” que resulta apropiado en este caso no tanto porque algunos de los relatos permiten una lectura policial, sino porque nos advierte de una serie de presencias inquietantes que nos saldrán al paso a poco que avancemos en la lectura. Como ideas de este tipo podemos mencionar el plan de asesinar a Dios, la conspiración de los espejos y la de los soñadores, las aberrantes complicidades del azar en la reiteración de tramas perversas o crueles, los muertos que aceptan con naturalidad su condición de fantasmas o los sobrevivientes que aceptan con la misma naturalidad su convivencia con fantasmas, una legión de desahuciados sembrando muerte sobre la tierra o la posibilidad –siempre aterrante- de que la realidad copie a la literatura...

Inquietante es también la incapacidad de recordar, la imposible conciencia de sí mismo, la amnesia que brota de la carga ominosa que la vida conlleva... Y junto con ello, el temor a perder la memoria que instaura a la escritura como metáfora de salvación. En tal sentido, el personaje del cuento “Presente absoluto” que descubre en el espejo un personaje al que no conoce y del que no recuerda nada, y que escribe para fijar los sucesos de su “nueva” vida, resulta paradigmático.

En cuanto al segundo elemento aludido en el título, resulta también susceptible de múltiples asociaciones y ramificaciones. En relación con él, podemos aludir en primer lugar al tiempo de lectura, el que nos pide, modestamente, el escritor que dediquemos a su obra. Así, advertimos que muchos de estos tuvieron un origen radiofónico y por lo tanto su brevedad está condicionada a las características de este medio de transmisión oral. Hay, también, una poética incursión por el microrrelato al más puro “estilo Monterroso”: “Amaneció. Y estamos juntos” (145).

En cuanto al tiempo representado, el tiempo histórico de estos relatos nos resulta en general de la más cercana vecindad, sobre todo a los que, contando más o menos los mismos años que el autor-narrador, todavía recuerdan series de televisión como “Maverick”, “Bat Masterson”, “En la cuerda floja”, “En la ciudad desnuda”... los que alcanzaron a tomar alguna “Bidú” o dieron sus primeros saltos al compás de “Los Wawancó…

Indudablemente el paso del tiempo es responsable de la pérdida de muchas cosas...

Pero atención: ni desesperanza ni melancolía, porque instantáneamente sobreviene un quiebre que reinstaura el clima lúdico, y volvemos a preguntarnos si estos cuentos no son en realidad como la vida: alegría y tristeza formando una unidad indivisible. Así como Horacio Quiroga, ese maestro del cuento argentino contemporáneo, se propuso en alguna ocasión escribir “cuentos de todos colores”, del mismo modo, variedad de tonos resuenan en estos textos, dando satisfacción a los más variados tipos de lectores: desde aquellos que se deleitan con pesadillas al modo kafkiano, en un futuro ¿cercano? en que los habitantes de la tierra devendrán cucarachas, hasta los que aprecian por sobre todo la sorpresa de la última línea, al mejor estilo de Poe y sus preceptiva del cuento de efecto: revelación brutal, como en el cuento “Un asunto de vida o muerte” o mueca de humor negro en “Remedio del futuro”, en que Dalmacio Freitas, “un ex ministro relacionado con el poder y con las multinacionales”, sale de su hibernación en un supuesto futuro perfecto, para ser pasto de juveniles antropófagos “descamisados”.

Esta sensación de cotidianeidad, de cercanía, que favorece nuestra identificación como lectores se logra a través del lenguaje, a la vez coloquial y pleno de hallazgos lingüísticos pero como al descuido, como no buscados. Un estilo hecho por momentos de frases breves, casi cortantes, con una sintaxis sencilla que a menudo colabora en su despojamiento a hacer más notable la desgarrada pintura de ciertas situaciones.

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