El Bermejo de Antonio Di Benedetto , pequeña acuarela de infancia

Bermejo tuvo la capacidad de hacer arder en la imaginación infantil de Antonio Di Benedetto, la sorpresa de un mundo que allí comenzaba.

Antonio Di Benedetto, en el recuerdo a 100 años de su nacimiento (Prensa Gobierno de Mendoza)
Antonio Di Benedetto, en el recuerdo a 100 años de su nacimiento (Prensa Gobierno de Mendoza)

Tal vez Bermejo fuese uno de los lugares más ignorados, apartado de la capital de la provincia, pero también de las alturas nevadas y de los ríos caudalosos que se corren montaña abajo. No es difícil imaginar la desolación, el polvo, la sequedad de la tierra antes de los canales y las viñas, antes de los carriles y las arboledas. Allí, italianos que le habían dado las espaldas al puerto atravesando el país en dirección al oeste se habrán sentido, probablemente sin comprenderlo, como lobos esteparios vagando por un mundo extraño e inhóspito. Luego, se entregaron a lo que sabían hacer: golpear la tierra, abrir zanjones y acequias y plantar las cepas. Cuando viñedos comenzaban a manchar el paisaje de verde, de ocre, de bermejo en los otoños, cuando el lugar padecía menos el desierto y en las primaveras se alegraban los colores de las viñas, la familia Di Benedetto lo eligió para instalarse.

El patriarca, Antonio Di Benedetto, trajo de Italia las cepas para las tierras que compró en la región. Su nieto, Antonio, hijo de José Di Benedetto y de Sara Fisígaro, hija de sicilianos que llegaron a San Pablo, Brasil, y más tarde volvieron a migrar, esta vez a Mendoza, nació en una casa de la calle Buenos Aires, en la capital de Mendoza, el 2 de noviembre de 1922. Pero los mejores recuerdos de su infancia son de Bermejo, donde vivió con su familia y su padre fue boticario, y de Corralitos, un lugar más alejado aún de la ciudad, también de viñas, donde su abuelo paterno tuvo casa.

Aun hoy, Bermejo conserva muchos de sus caserones bajos, de fachadas cerradas, paredes de adobes y patios de tierra donde verdean parrales durante los lentos veranos. En uno de ellos vivió Antonio con sus padres y su hermana, Carmen, y fue en esa casa donde funcionó la botica de su padre y donde este murió en circunstancias que hasta hoy no quieren ser muy claras. A pocos kilómetros quedaba la casa de sus abuelos paternos, recordada muchos años más tarde como un lugar de “mucha noche” porque allí no llegaba la electricidad. De Corralitos, Antonio llevará en la memoria los viñedos plantados por su abuelo, las cubas de roble de Francia, los frutales, los animales, los árboles y las faenas domésticas que en aquella época tenían la importancia de la sobrevivencia. Había que producir los alimentos que se guardarían en conservas para el invierno.

Si Corralitos tuvo la potencia de iluminar la imaginación con esos paisajes siempre infinitamente mejorados por los afectos infantiles, Bermejo fue donde fermentó el mito familiar que vendría supuestamente repitiéndose de generación en generación. A Rodolfo Braceli, sin dudarlo, Antonio le dijo en una entrevista hecha en Mendoza en 1972: “Usted sabrá que vengo de un padre que se suicidó…”. En otras oportunidades fue menos categórico, dejando lugar a la duda. Antonio narró en diversos momentos la noche en que escuchó un estampido en la casa paterna después del cual le fue anunciado que su padre había muerto. Según él, su madre siempre mantuvo un gran silencio sobre las circunstancias y motivos de la muerte de José. Sin embargo, hace unos años, supimos que hay un acta de defunción de José Di Benedetto que registra muerte por enfermedad. No es menor este tema que diseña una escena biográfica de gran intensidad, recordada en repetidas ocasiones por Antonio, ya sea afirmando el suicidio de su padre, ya sea manteniendo una duda angustiante sobre la causa de su muerte. Sea un hecho real o la fabulación a la que le dio cabida un estampido seguido de aquellos silencios maternos, cuna privilegiada de inseparables fantasmas a lo largo de una vida, lo cierto es que funcionó como una escena primaria, fundadora de afectos inviolables, tenaces.

Jorge Urien Berri le hizo una entrevista al escritor que se publicó recién 9 días luego de su muerte, el 19 de octubre de 1986 en La Nación. Allí, Di Benedetto afirmó: “Me gustaba en Pirandello el carácter dramático, pero sin estruendos, intenso, pero sin gran escándalo, esos grandes retratos familiares. Me sensibilizaba debido al afecto o a la vida hogareña que yo llevaba, con un padre muerto prematura y misteriosamente cuando yo tenía 10 años. Más tarde sospeché que se había suicidado. Me acució la necesidad de comprobarlo, pero la familia nunca me ayudó con la verdad”.

Después de la muerte de su padre, Antonio recuerda el miedo, la inseguridad y la melancolía como grandes sentimientos que lo atormentaban. A Braceli le comentó: “Lo que sí tengo nítido es una vez que se armó un tiroteo enfrente. Ateridos, con mi hermana y mi madre nos metimos debajo de colchones. Pero nos ahogábamos allá abajo. Finalmente tuvimos que optar entre el riesgo de alguna bala perdida o el aire”. Sara Fisígaro retiró a sus hijos de la escuela de Bermejo y la familia se mudó a la ciudad. Allí, Antonio estudió en la escuela Tiburcio Benegas y más tarde ingresó al Colegio Nacional donde terminó sus estudios.

Pero Bermejo resonó durante toda su vida en la memoria de sus canales de agua fresca, de las pasiones de pequeños clanes campesinos disputándose tierras o mujeres, de familias laboriosas regidas por una ética de acero. Y Bermejo tuvo la capacidad de hacer arder en la imaginación infantil la sorpresa de un mundo que allí comenzaba. El poeta brasileño, Carlos Drummond de Andrade, nacido en la provinciana Itabira, interior de Minas Gerais, escribió unos versos que podrían haber sido escritos en Bermejo: “Una calle comienza en Itabira, que va a dar a cualquier punto del mundo. Por esa calle pasan chinos, indios, negros, mexicanos, turcos, uruguayos”. Una calle comienza en aquel Bermejo por la que Antonio Di Benedetto atravesó el mundo. La gran cantidad de ediciones en idiomas extranjeros de la obra de Di Benedetto dan testimonio de la cálida recepción de sus escritos por “chinos, indios, negros, mexicanos, turcos, uruguayos”, breve metáfora del mundo que no termina de pasar, una y otra vez, por aquella calle de Bermejo.

* La autora es Doctora en Literatura. Mendocina radicada en Brasil.

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