El otro periodista

Este texto es necesariamente autorreferencial, ya que no todos los días se cumplen 30 años como periodista. Así que es buena excusa para viajar a los inicios de aquella travesía y preguntarse: ¿qué haría uno si pudiera viajar en el tiempo y encontrarse con aquel joven que iba a estudiar Periodismo?

Un artículo de Fernando G. Toledo inspirado en el cuento "El otro", de Jorge Luis Borges.
Un artículo de Fernando G. Toledo inspirado en el cuento "El otro", de Jorge Luis Borges.

“No hemos cambiado nada, pensé” (Jorge Luis Borges)

* * *

El hecho ocurrió en el mes de febrero de 1992, sobre la vereda Este de la calle Salta, en San Martín. Caminaba por esas baldosas rojas cuando vi a un chico que observaba hacia el Sur, esperando un demorado colectivo. Por una razón que luego descubriría, había notado de inmediato que ese adolescente quería viajar por primera vez solo hacia el Gran Mendoza, que era un estudiante y que buscaba llegar a su primera clase en la universidad. Hacía años me había pasado lo mismo: quise tomar en esa parada un colectivo que, en realidad, no se detenía allí, sino 100 metros más adelante. A esa edad, a la misma que él, también me faltaba experiencia en viajes de ese tipo, así que detuve mi caminar y le dije a sus espaldas: “Si esperás el Expreso, no es esta la parada”.

Cuando se dio vuelta lo entendí de inmediato. Recordaba esa remera gris que él llevaba, con grandes letras en su pecho, por una foto. También el cuaderno de tapas en cartón madera. El cabello aún completamente castaño y sin nieves del tiempo, lucía prolijo y brillante gracias al gel. La delgadez parecía algo imposible.

Él también notó algo extraño al mirarme y por eso tardó unos incómodos segundos en hablar. Pero, aún preocupado, lo primero que dijo fue:

―¡No me diga! ¿Y sabe dónde tengo que tomarlo?

En ese momento el colectivo pasó por detrás y cuando él se dio cuenta se volvió a mí con un gesto de aflicción que lo hizo ver un poco más grande.

―No hace falta que te preocupés. Has salido con tiempo y si tomás el siguiente, vas a llegar bien a la primera clase. Te acompaño y así te indico dónde queda la parada.

Entrecerró los ojos y en sus labios hubo algo así como una sonrisa curiosa. Así que le dije:

―¿Querés llegar a la primera clase en la Facultad de Periodismo de la Universidad Maza?

Me contestó que .

―En tal caso ―le dije resueltamente― te llamás Fernando Gabriel Toledo. Yo también soy Fernando Gabriel Toledo. Estamos en Mendoza a fines de 2023, en la ciudad de San Martín.

Está equivocado ―me dijo con firmeza, y con mi voz de siempre.

Yo comencé a caminar hacia la parada y él me acompañó sin pensarlo. Noté que recorría mis canas y notaba mi aspecto mucho más corpulento que el suyo. Él insistió:

―Yo estoy aquí en San Martín, pero es el verano del 92. Lo raro es que noto que se parece a mí, aunque sea más viejo y tenga el pelo gris.

Así que le respondí:

Para probarte que no miento, te voy a decir cosas que no podría saber si no fuéramos el mismo. A una cuadra de aquí está la casa de los nonos, en el primer piso encima del negocio. En nuestra casa tu pieza es la del fondo a la derecha. No hace mucho tenés esa cama restaurada y pintada de verde, que hace juego con el acolchado que te regaló tu novia. En el último cajón del placard están todas esas revistas sobre música y arte que no te cansás de leer y también el libro El mundo de la publicidad, que te llevó a elegir esta carrera.

Estaba sorprendido, aunque mostró que era casi tan sagaz como yo mismo me creía por entonces.

Tal vez estoy soñando y por eso usted sabe lo mismo que yo sé.

Como era una objeción justa le pedí que me escuchara. Le recité, con la advertencia de que iba a quedar fascinado, el breve poema de Salvatore Quasimodo: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, / atravesado por un rayo de sol. / Y de pronto anochece”.

Miró hacia abajo.

―No he leído nunca ese poema y yo no podría inventarlo ni en un sueño. Es verdad, somos el mismo. ¿Qué puedo saber de lo que me espera?

No dudé demasiado y hablé.

―El país seguirá con los mismos vaivenes de siempre, y cada caos parecerá el último. Antes de que pase una década sabrás mejor de qué hablo. Mamá seguirá cuidando de todos, pero papá morirá mucho antes. Has tenido suerte: la mujer que te acompaña sigue a tu lado.

Llegamos a la parada y noté que debía callar, por prudencia, y pensé en explicarle por qué.

―Mejor no sigo. Ya conocés la película Volver al futuro y…

―Sí, mejor no saber todo porque esto puede modificarse. También he leído El ruido de un trueno, de Bradbury.

Sentí un orgullo un tanto esnob al recordar que por entonces ya tenía buenas lecturas. Miré su carpeta y le dije:

―Me permito decirte algo más. Aunque creás que te apasiona la Publicidad, te cautivará el periodismo. Podríamos pasar la tarde hablando de eso, de virtudes y defectos de esa elección, pero te servirá saber que la escritura será tu fuerte, tanto que publicarás varios libros. Además, comenzarás muy pronto a ejercer el periodismo y ello hará que hoy, si el presente es en el que yo estoy viviendo, estés celebrando 30 años con esa profesión.

¿Valió la pena?

―Siempre habrá cosas de las cuales defenderse: de los errores, del desatino, de los robots, de los malos periodistas y de las malas prácticas. Si se sigue eligiendo no recaer en ellas, sí: valió la pena.

Notamos que, a lo lejos, ya venía el colectivo. Él me miró con sus 17 años y el sol que le dio en la frente me mostró que aún se iba a permitir ejercer de joven un poco más. Sentí por ello una honda emoción nostálgica.

El Expreso paró. Él me saludó sin tocarme y subió. Lo vi pagar el boleto y buscar asiento. Por alguna razón cerré los ojos. Fue entonces cuando desperté, en una mañana ardiente que se dejaba nombrar con la palabra ‘hoy’. Con el sueño todavía en el recuerdo, me levanté apresurado y encendí la computadora. Debía escribir un texto para la edición del domingo, y ya se estaba haciendo tarde.

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