El relato: ¿Hacia dónde vamos?

Resta saber cuál es el relato del gobierno, o bien por qué no tiene uno y cómo se lo recordará o cuales son los factores que lo distinguen.

Imagen ilustrativa / Archivo.
Imagen ilustrativa / Archivo.

“Chau, ¿no va más?”. Así decía del tango compuesto por el gran Homero Expósito en relación con algún desamor. El desengaño actual, a diferencia del presentado por el poeta porteño, se evidencia en la ausencia de misión que permita al gobierno identificarse, construir una imagen sólida, y seducir a la ciudadanía.

Cuando el horizonte permanece ocluido y el propósito gubernamental no es compartido, la imagen termina siendo patrimonio de otros, con todo lo que ello implica en una agrietada sociedad.

Independientemente del equilibrio de poder en la coalición (de tinte peronista) gobernante, analicemos un factor intangible que hace a la identidad del gobierno y, por consiguiente, a su imagen. ¿Cuál es el relato? ¿Tiene un mensaje central?

Desde siempre y por más intangible que parezca, la narrativa es un factor edificante, que permite apalancar la marca de gobierno, sus valores asociados, y su propósito. Contrariamente a lo establecido, esta no es sinónimo de sanata; se trata más bien de una aproximación racional y emocional a una misión. En concreto, es el “para qué” del conductor, una herramienta de comunicación simbólica que retoma valores del pasado y crea futuro.

Antes de entrar en el discutir el relato del gobierno de Alberto Fernández, analicemos algunos casos, de lo internacional a lo local.

Los principios de la República sobre los que se edificó la Revolución Francesa fueron la Igualdad, Fraternidad y Libertad, en tanto que la Revolución Rusa tuvo a la expansión de los derechos de la clase baja, el control de los medios de producción y la organización política centralizada, como sus pilares.

En el plano doméstico, Néstor y Cristina Kirchner retomaron una narrativa de tinte nacionalista, aunque esta vez sazonada por una identificación con los derechos humanos más el maridaje reivindicatorio del discurso setentista. Aunque con más presencia financiera que del aparato productivo, incluso el ex presidente Menem también tuvo un relato. Y además supo atraer a una clase media postergada mediante medidas que aseguraban la estabilidad monetaria (y hacían recordar el “deme dos” de los 70). Perón, en tanto, había alcanzado un relato que, con fuerte impronta hablaba del compromiso del “pueblo trabajador” con el líder conductor y la generación de una Argentina con justicia social e independencia económica, como valores asociados a su mito de gobierno.

Así, el relato es un encuadre general de valores, una historia que se resignifica, que evoca sentimientos y emociones, y que busca generar cercanía y confianza entre el gobierno y el ciudadano. Pero a su vez, en el paradigma de la posverdad - un tiempo en que la percepción de la realidad se ve esparcida por la multiplicación de versiones sobre ella misma, sin que importe su verosimilitud -, el rol del relato tiene que ver con mostrar un horizonte con anclaje en valores, y simplificar, en certeros atributos, qué representan sus políticas públicas.

En adición, en esta instancia uno se pregunta cómo será recordado el gobierno actual. Veamos algunos ejemplos. En los primeros 100 días, el gobierno de Zapatero en España diseñó una acción simbólica de gran aceptación popular para perpetuarse y ser recordado. Se trató del retiro de tropas españolas de la guerra de Irak. El primer gobierno de Néstor Kirchner tomó la decisión de descolgar los retratos de Videla y Bignone de una de las galerías del Colegio Militar. Estos hechos de gran valor simbólico facilitaban la identificación y/o la recordación por parte de la sociedad. Incluso diferentes programas con fines diversos permiten materializar el relato y favorecen históricamente la asociación de marca gobierno con la sociedad. Los planes Conectar Igualdad de Cristina Fernández o el Plan Fome O de Lula son claros ejemplos de ello.

Dicho esto, resta saber cuál es el relato del gobierno, o bien por qué no tiene uno, y cómo se lo recordará: cuáles son los factores que lo distinguen, y con qué atributos se identifica la sociedad (o una parte de ella).

Según Simon Sinek, la fuente de identificación y diferenciación de las instituciones (entre ellas los partidos políticos) está en el Por qué, en el propósito, y en cómo este se consustancia con el de las personas. Se hace preciso, en consecuencia, entablar una comunicación desde el Por qué, pasando por el Cómo al Qué. Esto es lo hoy que permanece ocluido.

Con el fantasma del Covid como trasfondo, luego de un año, si bien el gobierno cerró 2020 con dos goles (y quizás alguno más) que no pudo gritar como se debe – en relación a la negociación de la deuda y aquella lejana foto del inicio de la cuarentena donde los factores de poder parecían alinearse -, con la aprobada ley de IVE (interrupción voluntaria del embarazo) la Casa Rosada se anotó un tanto sobre la hora en una fecha simbólica, que además funciona como caldo de cultivo en nuestra agrietada sociedad. Mientras bajo el paraguas de la descartabilidad y de la de(con)strucción que describen la iniciativa, un sector festejó la sanción del proyecto, en el Congreso se daba tratamiento al proyecto de ley que modifica la fórmula para ajustar los haberes jubilatorios en base a la recaudación y a los aumentos de salario, y el recorte en la coparticipación que se dispuso para la Ciudad de Buenos Aires. “Casi” como para distraer con un tema muy sensible y asegurar los titulares por unos cuantos días.

Así y todo, el propósito del gobierno y su relato, permanecen indescifrables.

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