Marianito y el sol, un cuento inédito de Jorge Sosa

Homenaje. Como parte de un homenaje de Los Andes al escritor, recientemente fallecido, se publica este relato infantil, dedicado originalmente a su hijo.

Jorge Sosa junto a sus hijos.
Jorge Sosa junto a sus hijos.

Marianito quería conocer el sol. Se le había puesto que el sol debía ser maravilloso. Tan bueno para la vida, tan alto, tan dueño de todo el cielo durante el día. Debía ser hermoso conocer de cerca al señor de la luz. Marianito quería conocer el sol. Buscaba vidrios de colores para poder mirarlo. Bien sabía que mirarlo sin protección causaba daño.

Tan poderoso –decía, y volvía a contemplarlo, extasiado.

Un día se decidió. Se levantó en plena noche y caminó hacia donde se imaginaba que estaba el horizonte del Este. Caminó mucho y mucho, hasta que encontró a un anciano, a quien le preguntó:

–¿Aquí es el horizonte?

El buen viejo, que entibiaba sus noches con un fueguito modesto, lo miró con ternura.

–Aquí es.

–Pues, entonces, aquí podré verlo de cerca, y quizá pueda subirme a él.

Pero cuando llegó la madrugada, el sol apareció muy lejos. Redondo, naranja, maravilloso... pero muy lejos.

–Me mintió –le reprochó Marianito al anciano–. Aquí no es el horizonte.

–Sí, lo es. Lo es para quien mira desde lejos. Para quien mira desde aquí el horizonte es lejos.

–¿Y qué debo hacer entonces?

Tal vez seguir caminando… Tal vez… sí, tal vez por querer alcanzar el sol alcances algo mejor.

Y Marianito siguió caminando en busca de su sol. Fueron cientos de amaneceres que lo vio redondo y enorme asomarse, mostrar su cara rojiza y empezar otra vez su camino hacia arriba, hacia lo más alto de lo alto.

Marianito, caminando, con la misma ilusión de sus primeros pasos, fue recorriendo lugares que nunca antes había imaginado que pudiesen existir. Conoció el misterio de la montaña, con sus noches silenciosas, y una cantidad tan grande de estrellas que le hizo decir:

–Si las juntamos a todas, formaríamos otro sol.

Conoció el mar inmenso, siempre intranquilo, siempre amenazante. Se hizo amigo de los marinos de piel tostada por el sol. Ellos lo llevaron a recorrer mares lejanos, puertos de nombres difíciles, islas donde era posible dejar suelta la fantasía para que fuera a buscar el cofre del tesoro de un legendario bucanero.

Conoció la selva, la verdadera selva, la de las tribus cazadoras, el elefante majestuoso y el león rey.

Conoció los ríos más caudalosos, las llanuras más fértiles, los desiertos más solitarios.

Un día, después de tanto andar, creyó haber visto antes ese paisaje que lo rodeaba, pero eran tantos los paisajes que se amontaban en su memoria que bien podía confundirse. Hasta que lo vio. Era el mismo anciano de aquella vez primera, de aquel primer horizonte.

–¿Cómo puede ser? Te dejé a mis espaldas un día y ahora te encuentro al frente.

–Puede ser, si has dado la vuelta al mundo.

–Lo he hecho.

–Y… ¿encontraste tu horizonte?

–No…, pero ya no es lo mismo. Por querer conocer el sol, conocí la Tierra y me doy por satisfecho.

–Suele suceder con la felicidad: a veces la buscamos por fuera y está esperándonos adentro.

No es lo mismo…, no es lo mismo.

Nada era lo mismo, porque Marianito ya era un hombre…, un horizonte sonriente que miraba el horizonte sin querer alcanzar el sol.

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