Tecnología

¿Con qué nos asombraríamos en el futuro? ¿Con teléfonos injertados en el oído? ¿Con pollos bonsai que se aderezan solo antes de inmolarse en el microondas?

Jorge Sosa  - Especial para Los Andes

Me da la impresión de que la tecnología avanza mucho más rápido que nosotros, que cuando nosotros terminamos de aprender el manejo de un objeto o sistema propuesto por ella, ella ya ha sacado cientos de objetos y sistemas nuevos. Me da la impresión de que, yo, al menos, nunca voy a poder alcanzarla, que tendría que inventir un tiempo que no tengo para ponerme al día con las innovaciones.

Pensaba en la niñez de mi pueblo, allá cuando yo era un chico, y la tierra aún estaba caliente, y la Mirta almorzaba puchero de cola en Cañada Rosquín.

Como todo pueblo el mío estaba lleno de personajes pintorescos artesanos, peones, campesinos casi todos,  pequeños empresarios, gente de los distintos oficios. Me preguntaba: ¿cuál sería el asombro de ellos, ya viejos cuando yo era un culillo, al enterarse de todas las posibilidades que la tecnología brinda en estos días?

¿Cuál sería el asombro de don Favaro, el fotógrafo oficial de mi pueblo, que deambulaba de festejo en festejo, de acto patrio a acto de las colectividades, con su vetusta cámara de trípode, de cajón de madera, y el explosivo flash de mercurio, si viera las modernas cámaras digitales que muestran en una pantallita las tomas instantáneas y las mueve, las acerca,  las retoca y que no tienen ninguna expectativa de ser llevadas al papel?

¿Cual sería el asombro de Teresita Sanciani, operadora de la central telefónica de una comunidad con no más de cincuenta aparatos a manivela, que metía y sacaba gruesos cables de un armario perforado por agujeros, para promover borrosas charlas, si viera a la gente hablar caminando por las calles con diminutos teléfonos celulares que caben en los más diminutos bolsillos, que se usan en cualquier momento o circunstancia?

¿Cuál sería el asombro de Atilio Mitili, el cartero del pueblo, con los pies que le giraban aún estando sin la bicicleta, si apreciara que la gente de hoy se cartea por la pantalla de una computadora, y el sobre, la goma y la estampilla, han sido cambiado por la inmediatez de un doble click? Tal vez sentirían el mismo asombro que el troglodita que inventó la rueda visitando la fábrica Firestone, o de Jorge Newbery al subirse a un Mirage.

Después, mi pensamiento dejó mi pueblo atrás y se encontró con nosotros, estos que somos ahora, revividos cien años más adelante: ¿con qué nos asombraríamos? ¿Con autos que vuelan? ¿Con teléfonos injertados en el oído? ¿Con pollos bonsai que se aderezan solo antes de inmolarse en el microondas? ¿Con una civilización de clones todos iguales donde sería imposible suponer la existencia del adulterio? ¿Con viajes estratosféricos para ir a Japón en una hora como propuso Carlitos alguna vez?

Todo lo fascinante que encierra el progreso de la tecnología tal vez nos diera de lleno en el corazón del asombro, o tal vez todo lo terrible que puede ser la tecnología tal vez nos diera en el hígado del terror. Tal vez nos sentiríamos orgullosos de haber sido alguna vez eslabones o tal vez nos arrepintiéramos de haberlo sido. Seguramente Dios sabe que camino nos hará transitar, ojalá el hombre le haga caso a sus señales viales.

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