Cornejo, el gobernador que vuelve con menos votos y un plan para conquistar opositores

El declive electoral de Cambia Mendoza quedó confirmado pese al triunfo. Perdió votos respecto de las PASO, de 2019 y de 2015. Hay razones propias y factores ajenos. Desde diciembre, deberá gobernar con mayorías ajustada en la Legislatura. El futuro mandatario planea tender puentes con el PJ y tentar a legisladores de La Unión Mendocina.

Ilustración: Gabriel Fernández
Ilustración: Gabriel Fernández

Alfredo Cornejo está de regreso. Aunque, en verdad, nunca terminó de irse. Como si la gestión de su sucesor y ahora también antecesor Rodolfo Suárez sólo hubiese estado puesta allí, en el medio, como una transición necesaria para el retorno al sillón más importante de Mendoza y transformarse así en el primero en ser dos veces gobernador desde 1983.

Pero este Cornejo que volverá el 9 de diciembre a conducir la provincia dista de ser aquel de 2015. Entonces, era la novedad y una esperanza. Su llegada generaba ilusión en un amplio sector de la población después de dos gestiones, sobre todo la de Paco Pérez, que marcaron el principio de la caída al precipicio electoral de un Partido Justicialista que nunca termina de tocar fondo.

En cambio, el Cornejo que vuelve ya no es novedad ni genera esperanza, es más la ratificación de un modelo, un apoyo tibio a la continuidad, ante la falta de otro proyecto que la sociedad considerara superador. El alto ausentismo del domingo (32%), el mayor desde el regreso a la democracia hace 40 años, es una señal clara de la disconformidad de la sociedad con el menú electoral que había.

El principal interrogante que dominó el cotilleo político desde las primarias de junio fue el destino de los votos de Luis Petri. Las urnas develaron que Cornejo retuvo la mayor parte, pero no todos. Tuvo 110 mil votos más, que llevaron su marca de 26 a 36%, pero quedó lejos del 42% que había tenido el frente con la sumatoria del candidato a vicepresidente.

Si se mira más atrás, el declive oficialista cobra mayor dimensión. El gobernador electo obtuvo el domingo 367 mil votos, o sea 129 mil menos que los de aquel triunfo de hace ocho años, pese al crecimiento del padrón. Y si se lo compara con 2019, son 187 mil votos menos que los de Suárez. Más habitantes y menos votos es igual a menos representatividad.

Esa maquinaria electoral invencible que ha sido hasta ahora Cambia Mendoza muestra síntomas de fatiga. En el camino, es cierto, se ha ido descascarando. Y el hasta ayer candidato fue sumando rechazos y detractores en la política y la sociedad. Pero hay razones que lo exceden.

Hay dos factores que tienen que ver con reformas aplicadas por el oficialismo que ayudaron a mejorar el sistema democrático. La primera fue el límite constitucional a las reelecciones de intendentes que promulgó Cornejo. La “jubilación” de jefes territoriales bien considerados disminuyó el caudal electoral en varios departamentos.

Pero sobre todo parece haber influido la boleta única que impulsó Suárez. La mayor libertad que tuvieron los ciudadanos para votar se comprueba comparando los números de las distintas categorías. Junín es el ejemplo más contundente: mientras Mario Abed, en su regreso a la comuna, obtuvo 59% de los votos, allí Cornejo arañó los 38 puntos, o sea 21 puntos menos.

Desconfiado como es, el gobernador electo seguramente estará pensando que el actual vicegobernador no militó su candidatura con la suficiente convicción.

Pero no fue el único caso. También hubo al revés. En Luján, su territorio, De Marchi aventajó al radical por seis puntos, mientras que Esteban Allasino, el candidato a intendente que apadrinó, derrotó a Natalio Mema por 17. La gente manda.

Hay un tercer factor, tal vez más importante, para explicar el declive: la mala gestión provincial. No alcanza la pandemia para justificar todo lo que no se hizo. En 2019, el triunfo de Suárez fue el triunfo de Cornejo. Ahora, la de ayer, ¿fue una victoria de Suárez? Nadie en el radicalismo defendería una hipótesis como esa.

La campaña tuvo al actual gobernador como protagonista sólo un par de semanas, las que usó el Gobierno para inaugurar y anunciar lo poco que tenía. Pero nunca apareció en los spots ni en la cartelería oficialistas.

Las últimas dos semanas fueron para el candidato una sucesión de malas noticias originadas en la deficiente administración. La muerte de una mujer que cayó al pozo de un ascensor en el hospital Central; el intento de asesinato de la fiscal Ríos; el incendio en San Agustín, el depósito de autos secuestrados por la Policía y la Justicia, cuyas consecuencias son incalculables aún, y luego, como frutilla del postre, el video que transformó el supuesto intento de asesinato de la fiscal en un sketch del británico show de Benny Hill.

Es cierto que el gobernador electo mantuvo en los últimos cuatro años influencia y funcionarios en el Ejecutivo, pero salvo en Justicia, no tuvo injerencia en el día a día de la gestión en la mayor parte de las áreas.

En el triunfo de Cornejo, mucho tuvo que ver la oposición. El peronismo parece desintegrarse lentamente en cada turno electoral que pasa. El tercer lugar, con apenas 13,5% de los votos y apenas 2,6 puntos por encima del Partido Verde, es una debacle de la cual difícilmente se recupere rápido. Todo indica que marcha a confirmarse como una federación de partidos municipales más que como una opción provincial.

Que Celso Jaque, el ex gobernador, le haya arrebatado Malargüe a Cambia Mendoza es apenas un consuelo, de escasa incidencia electoral.

Si el radical logró sostenerse arriba también fue gracias a que esa astilla del mismo palo que empezó siendo La Unión Mendocina, para luego transformarse en una filial del peronismo, en vez de unir disgregó más a la oposición. De haberla unido, viendo los números finales, la historia claramente hubiese sido otra. Pero si eso no pasó, fue porque el radical algo influyó.

De Marchi añorará eternamente los casi 11 puntos que reunió Mario Vadillo, que le hubiesen alcanzado para ganar. Por supuesto, la política no es matematicas y hay sumas que restan.

Ahora, Cornejo tiene por delante cuatro años en los que, al menos la primera mitad, deberá gobernar con mayorías ajustadas, como en su primer mandato. La negociación será clave y para eso ya tiene un plan en mente: tenderá puentes con el PJ.

A la vez, buscará tentar a los legisladores que, está convencido, se irán bajando de La Unión Mendocina a medida que esa alianza, hasta ahora meramente electoral, deba avanzar en el consenso de posturas internas ante proyectos concretos. La guerra con De Marchi no ha terminado y promete nuevas e intensas batallas.

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